lunes, 5 de octubre de 2015

Variados cajones de colores... (acerca de la disociación)

Lo hacemos tanto, estamos tan inmersos en ello, que me apetece llevarlo a la reflexión. Lo creo interesante, y no para que no utilicemos este mecanismo de defensa, sino para que tengamos algo más de conocimiento de causa de cómo actuamos, de los motivos que nos llevan a comportarnos de una forma u otra, que, por supuesto, son inconscientes y nos van por delante.
Quiero hablar de la disociación.
Por la disociación aislamos algo, una vivencia, un sentir, unas emociones. Ha sucedido algo que no soportamos integrar en nuestra cotidianidad y, como defensa, por esa tendencia natural a "estar bien", dejamos de sentir, de acordarnos, de eso que nos pasó que amenazó nuestro equilibrio. Cada uno tenemos nuestro límite. Hay un abanico amplio de ejemplos de sucesos que se aíslan, se encapsulan y se olvidan. En nuestra infancia pudieron ser malos tratos, pérdidas de seres con los que se había hecho vínculo, acoso en la escuela...
Cuando la emoción que sentimos superó un umbral, dejamos de sentir. Y así pudimos mirar para otro lado, hacer nuestra vida y... ser "felices".
Lástima que lo que se aísla queda ahí, lástima que no desaparece de nuestra historia ni nos deja del todo tranquilos. Lo que no se integra, lo que no ha tenido su espacio, se revuelve dentro, molestando, incordiando. Camuflado de indefinición, se presenta como vagos síntomas (que pueden ir a más), inexplicables estados de ansiedad, sensación de pena sin motivo aparente...
Es que no nos vemos enteros, nos vemos un trozo. Vemos y atendemos algunos aspectos de nuestra vida, y en cada momento pueden variar y ser uno u otro, además.
Arrinconamos a lo profundo de nuestro ser lo que nos molesta y vamos aprendiendo a "esto sí, esto no". El mundo se divide, se fragmenta, como lo estamos nosotros, capaces de integrar en el todo de la realidad lo que nos va sucediendo. Es lo que hacemos. Y no es sano.
Con la disociación viene el mecanismo de encasillarlo todo, clasificarlo y ordenarlo para nuestro bienestar en unos cajones mentales bastante rígidos e inamovibles.


 
 
Ahí estamos pues, creciendo desde la fragmentación, impedidos de una visión general de lo que nos rodea. Unos más, otros, menos.
Para conocer el origen de este mecanismo hemos de remontarnos muy atrás, ir a los primeros meses de vida. Ahí, en esos meses, (llamado desde la Escuela Reichiana período crítico biofísico, recogiendo el legado de Wilhelm Reich), es donde se fragua la inseguridad de base de una criatura que es todo cuerpo, todo emoción. En esos delicados días, el bebé, inmensamente frágil y desamparado, expresa sus necesidades instintivas. Y ahí puede recibir retroalimentaciones positivas y de reconocimiento, cuando siente frío y su madre lo acurruca, o siente hambre y se le alimenta... El mensaje que le llega es algo así como "existes, te recojo, te doy presencia, te amo". Pero demasiadas veces suceden retroalimentaciones desajustadas.  En caso de haber desajustes frecuentes, disarmonía, el pequeño cachorro humano se confunde, se retrae y nace el él un núcleo de dolor y mucho miedo. Se llega a conectar con la muerte. Esto es así. Ni más, ni menos. Cuando hay unas necesidades básicas que tardan en cubrirse, o no se cubren, el pequeño ser entra en pánico. Y ahí se empiezan a gestar, por pura supervivencia, fortísimos mecanismos de defensa. Empezamos a disociar: hay una madre buena, hay una madre mala... Y lo "malo", lo que nos ha hecho sentir tan mal, lo arrinconamos, porque sentir la soledad, la incomprensión, sentir el abandono, cuando aún no ha dado tiempo de formarse una identidad, ni física, ni psíquica, es... demasiado sentir.
Así vamos creciendo y ese mecanismo va funcionando, no nos sentimos uno con nosotros mismos ni nos sentimos uno con el entorno, pero vamos trampeando en nuestro día a día.
Y puede ser que esta tendencia haya sido tan poderosa, nos haya requerido tanta energía que un día, ya de adultos, no podamos más con la sintomatología que lleva pareja, puede que nos hartemos de encasillar, de impedir que salgan las emociones "feas" en nuestro falso perfecto mundo. Puede que entonces, iniciando un proceso de terapia, empecemos a ver un poco más, a integrar más, y comprobar, sorprendidos, y con bastante alivio también, que las delimitaciones de los cajones se desdibujan. Y esa disociación empieza a no ser tal...