Se acallan sonido y movimiento. Atrás quedaron las voces. No hay nadie más, sólo yo. Estoy quieta, tengo miedo. Sola quedo, sola me siento. Nadie más, nada más.
Y me llega el latido rítmico del corazón, la sangre bombeada que recorre mi cuerpo con sus ríos serpenteantes. Noto el calor que produce. Me hormiguean las manos. Una, dos respiraciones, tres, reparando en ello, tomando conciencia del pulsar, entrando en mi. Soy yo. Duele la zona entre las costillas, ¡duele!. Pero nada puede distraerme de ese dolor y en él me quedo. Es como una bola, un nudo ahí, bajo el pecho. Se me ocurre verlo de color gris. Y pongo la mano encima. Es mío, mi nudo gris entre las costillas. Ese nudo viejo conocido al que apenas he permitido asomar en mi vida. Ahí está, impidiendo algo, bloqueando una libre pulsación. Pero es lo que hay. Sí, en mi centro, ese núcleo del que tanto se ha hablado y teorizado. ¡No!. No quiero teorías, quiero sentirlo tal cual es, tal cual se manifieste en mí, con sus matices y sus particularidades. Me apetece que me llegue en toda su crudeza, quiero conocerlo. ¡No! ¡Tengo miedo!. ¿qué es ese miedo?. Tiemblo un poco, aunque me alivia sentir el bombeo continuo del corazón, reparo en ello. Bum, bum, bum, el ritmo que no cesa. Veo que tomo aire, y me lleno, y me vacío. Soy yo, estoy viva. Y esa es la vida que vive en mí. Soy mis manos vibrantes, mis pies calientes, soy también mi respiración entrecortada y... ese nudo.
Ya llevo un rato, instalada en él, en el silencio. Y ahí la acción vibrando, la vida latiendo. Shhhhh, silencio. Que es pausa, que es contacto, que es necesidad. ¡Silencio!, que me quiero seguir escuchando de verdad, que quiero sentirme, que me estoy haciendo conmigo.
Entré en el silencio movida por las circunstancias. Lo agradezco.