Apareciste poco a poco, entraste lentamente, desviando la vista, acercándote sigiloso. Una mirada furtiva y te fuiste a sentar al fondo de la sala, girado hacia la pared. Me senté a una distancia prudencial, ahí donde sentí que no te incomodaba, y esperé un rato. Tus ojos de nuevo, rápidamente, se cruzaron con los míos. Un flash, casi nada, pero tanto... había tanto ahí... Fue una súplica, un "¿me vas a hacer daño?", un "estate conmigo", un grito. Te escribo hoy, niño herido, a raíz de ese instante que me atravesó y se quedó grabado. Dos miradas, dos almas, dos cuerpos, compartiendo un espacio y un tiempo. Nada que ver, apenas nada que ver el uno con el otro. Tú iniciando la vida, yo ya en su mitad; tú a ramalazos y borbotones, yo ya con más pausa que prisa; tú a seguirme, yo a indicarte... Dos planos en un mismo espacio, en un mismo tiempo. Dos planos que se encuentran, apenas algo. Y en ese "algo", la esencia de la vida, niño herido. La esencia de nuestras vidas, la tuya, la mía.
Porque mis ojeras toparon con las tuyas, y mis guerras y tus guerras se fundieron en la profunda sensación de opresión injusta... y la rabia... y la pena que eso conlleva. Yo ahí estaba, con lo mío, ¿te creías que no, niño herido?, ¿me pensabas tranquila y feliz?, no... Y lo sabes, niño herido, en el fondo de ti lo sabes perfectamente. Yo ahí estaba con mis cicatrices, y con algunas roturas y rasguños, algunos tan recientes que sangraban. Yo ahí estaba, sentada, en esa prudente distancia, con mis pesos del pasado y del presente, con mis amores y odios, mis dudas y mis verdades. Ahí estaba, con mis desgarros y sus ciertas reparaciones; habiendo sufrido sed y hambre, como tú...
Vale, sí, nutrida también, cierto, porque la vida me ha dado, me ha hecho sentir que tengo, y que por ello puedo dar. Sí, con más sujeción, para poder ayudarte a ti a sujetarte, sí, con más trabajo hecho, porque con mis años me ha dado tiempo. Es verdad, estoy en posición de poder ayudarte, en posición de poder sostenerte, de ofrecerte esa mano más firme para que la tuya, desconfiada, se agarre.
Pero querido niño herido, ni a ti ni a mi nos recibió el mundo con respuestas sensitivas, adecuadas a nuestras demandas, a ninguno de los dos supieron mirarnos nuestros mayores para adaptarse a lo que necesitábamos. No recibimos el apoyo incondicional, el acompañamiento perfecto, el absoluto respeto a nuestros ritmos. No, no fue así, como sucede en miles de casos, es verdad. No fue así y nos vimos, nos vemos, abocados a mendigar amor, y luego a enfadarnos porque no lo recibíamos, y más tarde a entristecer o a ignorar, disociando.
Fue mágico, tras ese momento, ese cruce, esa empatía que trascendió lo entendible, una sonrisa tuya, otra mía. Surgió la sensación de tener en común algo que une irremediablemente.
Porque, querido niño, tu herida también ha sido la mía.
Desde ahí, y no desde otro sitio, te acompañaré a volar.
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