domingo, 18 de junio de 2017

tacto, manos

TACTO, MANOS

Las he sentido en mí, he seguido esa invitación a habitarme, y en ello estoy. Me siento, me noto. Voy desplazando mis manos por el cuerpo, como exploradoras en terrenos que redescubro. Y me llevan al cuello, ahí detrás, ahí se apoyan y se hunden. Duele un poco, y al rato placer.

Ahí empieza mi espalda. Ahí siento la presión del aguante, la rigidez que no sabía, el malestar que no notaba. Ahí. Y se paran un poco, esas manos. Siento su calor, y el frío. Manos calientes tocando ese inicio de espalda, casi helado. Manos que me apetecen, y las dejo ahí, que se estén, que apacigüen, que calmen.

Me alivio. Siguen ellas, casi autónomas y sorprendiendo. Y transitan a sus anchas por mi espalda, que se deja, que se abandona. Qué rareza, ese abandonarme a mí misma, como dos yos, como disociada. Eso es. Manos, activas, cuello, hombros, espalda, que las reciben. Y cuando imagino que van a seguir por el pecho, por los brazos, como yo quiero... en un ¡zas!, me las encuentro en la cara.

¿por qué?, ¿qué hago?. Las manos me tapan los ojos, con fuerza. Siento los dedos ahí hundidos, las palmas invitando a dejarse caer en ellas. Y ese gesto, ese gesto, en el que me quedo, en el que permanezco, no sé cuanto tiempo, me lleva un cierto ahogo. Y algo, un impulso, nacido en la garganta, me hace dar un grito. Ese grito, lo siento así, parece haber liberado alguna cosa que tenía ahí prisionera, como ramas que impiden el recorrido del cauce de un río. Brotan lágrimas en mis ojos. Las he querido frenar, pero qué tontería, ¡que salgan!. Y salen, ya lo creo, salen a borbotones. Salen y quiero gritar más. Y puedo hacerlo, ¡puedo!.

los dedos llegan a la frente, y tiran para atrás el pelo, entro en el cuero cabelludo y vuelvo a presionar de forma agradablemente fuerte. Me siento en mí. Mi grito es sonido armónico, mi grito, ahora, es cante.

Mis manos se encuentran. Empiezan a palmear.









 


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