martes, 3 de noviembre de 2015

LLegados a este punto... (acercándose a la mitad de la vida...)


Llegada a este punto, ha pasado el tiempo suficiente para haber experimentado qué es eso de ver nacer, y qué es ver a alguien morir. He visto los ojos ávidos, tremendamente vivos, sorprendidos, buscando la teta para mamar, buscando mi olor, para recogerse en mí, recién salidos de mí... He visto lo que sucede en las últimas, cuando vamos a partir a no se sabe donde: el miedo, el desespero, la rabia, la negación y finalmente la entrega... Han dejado este mundo seres muy queridos míos.

He vivido lo necesario para ver procesos vitales, (valga la redundancia) me he sentido privilegiada espectadora en platea de vidas de otros, cercanas. He visto nacer, crecer y acorazarse, a los que en un día fueron cachorritos humanos espontáneos. Ya he podido ver lo que se intuía, o lo que sabía de libro o me contaban mis maestros. ya lo sé. Esos cuerpos ya se han estirado hasta dejar el torso plano, o se han doblado tanto que parecen miradas clavadas en el suelo... Han sido caminos largos, imperceptibles en el día a día, pero ahí están. He visto cómo hablan, miran o se mueven ahora. Supe en su día de sus sueños y anhelos y los veo habiendo entrado en esa rueda que parece ineludible. Ahí están dueños hoy del discurso que en su día les llegó de sus padres, olvidados de sus ilusiones en muchos casos, reprimiendo a sus hijos, tan alejados de ellos y sus problemas reales, que parece imposible que un día ellos vivieran lo mismo.

Sé qué sucede cuando no se ha estado presente, ya sé qué sucede con los vínculos, con los apegos. Sé del peligro de caer en abismos por no haber recibido estructura en su momento, y eso pasa muchísimo más de lo que podemos imaginar. Mucho, mucho más. Sé del dolor de la incomunicación, cuando dos seres humanos hablan sin entenderse, si poder llegar al otro.

Conozco los equilibrios precarios para irse manteniendo, para no resbalar. Me he asomado a un montón de esos mecanismos de defensa que utilizamos para ir tirando, respirando, sobreviviendo... "Pobrecito de mí", o "yo me adapto", o "yo puedo, puedo con todo, soy fuerte, omnipotente", o "no necesito a nadie", o "yo te complaceré hasta el infinito, yo satisfaré todas tus necesidades", o... cualquier papel desempeñado, cualquier disfraz para funcionar en un mundo que se sintió hostil. Cualquier cosa para ser aceptados, formar parte de...

Y aquí, ahora, en este momento, ya he visto caer a muchos. Ya han sucumbido, o casi, tras procesos de autodestrucción que han durado décadas, o toda la vida, a veces... Y me cuesta entender que si uno no se sintió amado, no puede amar, ni siquiera amarse. Me cuesta mucho esfuerzo comprender qué le lleva a uno a la aniquilación, a no querer vivir y expandirse, por tabaco, café, alcohol, vida sedentaria y pasiva, mala alimentación... He visto verdaderos contenedores humanos de porquerías, propias y ajenas. Y cómo han llegado, destrozados, a su cuarentena... los que han llegado...

Y en este momento, también, me sorprendió la vida, porque las corazas se han ablandado y ha salido el cuerpo, sus flujos, sin miedo, potentes, sonrientes, Ya sé que se puede arriesgar, que se puede salir de lo preestablecido, que más allá de la cueva platónica hay vida pulsante en sus colores más nítidos. Sé que no es necesario mucho de lo que creemos imprescindible. He acompañado procesos en los que ha entrado la luz de pleno, vidas que se han fortalecido y han cambiado las prioridades. He visto otro tipo de nacimientos, y otro tipo de muertes. He visto, y soy privilegiada acompañante de ellos, niños que juegan libres, que aprenden libres y libres se expresan.

Y he podido conocer ahora, gente comprometida, apostando por aportar vida a la vida, y expansión, contacto, entereza. A través de la danza, de la expresión en cualquiera de sus formas, valientes, admirables...

Llegada a este punto... básicamente me alegro. De estar viva y de la cantidad de experiencias acumuladas. Se han ido sucediendo etapas, el tiempo con su relatividad ha ido pasando, y los espacios también, y en ello, las relaciones, los vínculos, los amores y desamores, los desgarros y los júbilos.

Siento acercarme a la mitad de la existencia, me di cuenta un día, me entró ese sentir sin más, a gusto, mientras nadaba. Suele sucederme últimamente bastante, me sorprenden emociones con sus matices, toman forma, y las acojo encantada. Nadaba, digo, aunque a veces es cuando paseo, cuando bailo, o me siento en cualquier lugar en el que se está a gusto. Apareció. "Ya han pasado años, bastantes, y sigo sintiendo el cuerpo latir con fuerza, en cada brazada, notando el agua fresca, juguetona, la expansión en cada avance, el placer del movimiento...". Y esa sensación me siguió acompañando en la cotidianidad, en el día a día, en mis tareas, mis ocupaciones varias... La colada, la compra, la comida, los pacientes, los talleres, los grupos de crianza, las clases de expresión... "Estás viva, estás pulsando... estás".



En este momento, ya he llorado un montón. Y de eso, sí, también me alegro. Siento las grietas de mi coraza por las que puede salir algo de mí, y por las que lo que me rodea, los que están a mi alrededor, pueden entrar... No son muchas, ni muy abiertas, eso también lo digo, pero es lo que hay... Llegada a este punto...





lunes, 5 de octubre de 2015

Variados cajones de colores... (acerca de la disociación)

Lo hacemos tanto, estamos tan inmersos en ello, que me apetece llevarlo a la reflexión. Lo creo interesante, y no para que no utilicemos este mecanismo de defensa, sino para que tengamos algo más de conocimiento de causa de cómo actuamos, de los motivos que nos llevan a comportarnos de una forma u otra, que, por supuesto, son inconscientes y nos van por delante.
Quiero hablar de la disociación.
Por la disociación aislamos algo, una vivencia, un sentir, unas emociones. Ha sucedido algo que no soportamos integrar en nuestra cotidianidad y, como defensa, por esa tendencia natural a "estar bien", dejamos de sentir, de acordarnos, de eso que nos pasó que amenazó nuestro equilibrio. Cada uno tenemos nuestro límite. Hay un abanico amplio de ejemplos de sucesos que se aíslan, se encapsulan y se olvidan. En nuestra infancia pudieron ser malos tratos, pérdidas de seres con los que se había hecho vínculo, acoso en la escuela...
Cuando la emoción que sentimos superó un umbral, dejamos de sentir. Y así pudimos mirar para otro lado, hacer nuestra vida y... ser "felices".
Lástima que lo que se aísla queda ahí, lástima que no desaparece de nuestra historia ni nos deja del todo tranquilos. Lo que no se integra, lo que no ha tenido su espacio, se revuelve dentro, molestando, incordiando. Camuflado de indefinición, se presenta como vagos síntomas (que pueden ir a más), inexplicables estados de ansiedad, sensación de pena sin motivo aparente...
Es que no nos vemos enteros, nos vemos un trozo. Vemos y atendemos algunos aspectos de nuestra vida, y en cada momento pueden variar y ser uno u otro, además.
Arrinconamos a lo profundo de nuestro ser lo que nos molesta y vamos aprendiendo a "esto sí, esto no". El mundo se divide, se fragmenta, como lo estamos nosotros, capaces de integrar en el todo de la realidad lo que nos va sucediendo. Es lo que hacemos. Y no es sano.
Con la disociación viene el mecanismo de encasillarlo todo, clasificarlo y ordenarlo para nuestro bienestar en unos cajones mentales bastante rígidos e inamovibles.


 
 
Ahí estamos pues, creciendo desde la fragmentación, impedidos de una visión general de lo que nos rodea. Unos más, otros, menos.
Para conocer el origen de este mecanismo hemos de remontarnos muy atrás, ir a los primeros meses de vida. Ahí, en esos meses, (llamado desde la Escuela Reichiana período crítico biofísico, recogiendo el legado de Wilhelm Reich), es donde se fragua la inseguridad de base de una criatura que es todo cuerpo, todo emoción. En esos delicados días, el bebé, inmensamente frágil y desamparado, expresa sus necesidades instintivas. Y ahí puede recibir retroalimentaciones positivas y de reconocimiento, cuando siente frío y su madre lo acurruca, o siente hambre y se le alimenta... El mensaje que le llega es algo así como "existes, te recojo, te doy presencia, te amo". Pero demasiadas veces suceden retroalimentaciones desajustadas.  En caso de haber desajustes frecuentes, disarmonía, el pequeño cachorro humano se confunde, se retrae y nace el él un núcleo de dolor y mucho miedo. Se llega a conectar con la muerte. Esto es así. Ni más, ni menos. Cuando hay unas necesidades básicas que tardan en cubrirse, o no se cubren, el pequeño ser entra en pánico. Y ahí se empiezan a gestar, por pura supervivencia, fortísimos mecanismos de defensa. Empezamos a disociar: hay una madre buena, hay una madre mala... Y lo "malo", lo que nos ha hecho sentir tan mal, lo arrinconamos, porque sentir la soledad, la incomprensión, sentir el abandono, cuando aún no ha dado tiempo de formarse una identidad, ni física, ni psíquica, es... demasiado sentir.
Así vamos creciendo y ese mecanismo va funcionando, no nos sentimos uno con nosotros mismos ni nos sentimos uno con el entorno, pero vamos trampeando en nuestro día a día.
Y puede ser que esta tendencia haya sido tan poderosa, nos haya requerido tanta energía que un día, ya de adultos, no podamos más con la sintomatología que lleva pareja, puede que nos hartemos de encasillar, de impedir que salgan las emociones "feas" en nuestro falso perfecto mundo. Puede que entonces, iniciando un proceso de terapia, empecemos a ver un poco más, a integrar más, y comprobar, sorprendidos, y con bastante alivio también, que las delimitaciones de los cajones se desdibujan. Y esa disociación empieza a no ser tal...


martes, 8 de septiembre de 2015

la vida y la muerte, danzando

Sala grande, espacio amplio, boxes. Se van ocupando, cada uno con el enfermo de turno, cada uno con su particularidad, con el material que dictamina el protocolo... Ellos ahí, en las camas, en general no pueden comunicarse o lo hacen con gran dificultad...Su vida, de un hilo. El cuerpo hace ya que tomó un camino letal. Ahí, derrotados, con miedo, con algo de esperanza... Ahí, desválidos, en sus manos... Confiados, resignados tal vez. Y pasan ellos, y ellas, de prisa y concentrados, canturreando en ocasiones. LLegan y tocan uno u otro botón, cambian algo, introducen cierto medicamento, ajustan otro...y les dirigen una sonrisa, un comentario gracioso, o les revuelven el pelo y les llaman "guapo, guapa, cariño"... como a niños pequeños, con voz aguda en general... A momentos paran, les miran a los ojos, y están un rato en silencio, respetuosos. (Me viene pensar que los que hacen eso son recién llegados, es imposible aguantar esas cotas de dolor por meses o años).
Pasan los otros, los de la autoridad, los que van dictaminando y tomando decisiones. Entre ellos, los más jóvenes aplican lo que saben, se esfuerzan en encontrar el diagnóstico, en situar el problema de ese cuerpo que pudo morir, que hubiera muerto, sin su intervención. Van a partes, se fijan en las secciones del todo, observan los órganos vitales y se meten a saco en mantenerlos. Hay medios, muchos, muchos medios. Se puede. Hoy día se puede. Si no respiras, te intuban. La máquina respira por ti. Si no bombea el corazón ellos se ocupan de poner medios artificiales para que bombee. Las sustancias que necesitas, te las inyectan. Si los riñones no dan abasto, diálisis (sale la sangre, se limpia con una especie de centrifugadora, y vuelve al cuerpo...). Ah, por supuesto, como esto no se aguanta en estado normal, a echar mano de la sedación. Oh, bendita sedación...Todo un despliegue de posibilidades para mantener un cuerpo con vida.
Entre ellos, los de la autoridad que he dicho, los mayores, los que peinan canas y caminan más pausado, se permiten hablar de globalidades. Un poco, sólo un poco, miran a los ojos a los familiares del paciente (nunca mejor dicho, porque esa situación sí que es el colmo de la paciencia), y hablan a las personas, no de una máquina, sino de otra persona. Un flash de ternura ahí, una pizca de comprensión, un plantearse cosas y un dudar... Hablan de una persona a la que quieren devolver a la vida "normal", y que su cuerpo dirá. Lo dicen bajito, se los ve humanamente inseguros, humanamente relativos, y prudentes, y serenos. Habrán visto de todo, de los que salen, de los que no salen... Y de los que salen... pues todos sus matices.
Y yo me pregunto, ¿vida normal?, ¿que su cuerpo dirá?. Pero ¿su cuerpo no ha hablado ya?. ¿Qué más ha de decir su cuerpo?. Y, dicho de otro modo, ¿se le escucha a ese cuerpo?. Y ¿qué va a ser vida normal?...
Me viene recordar la frase de Xavier Serrano, yo que me he dedicado bastante al acompañamiento en el nacimiento y la crianza, "nacemos mal y morimos peor".
Sala grande, espacio amplio, boxes... Se van ocupando y desocupando... La u.c.i. de un hospital. Cada uno con su particularidad, con el material que dictamina el protocolo... ¿Su cuerpo dirá?.






lunes, 3 de agosto de 2015

Primera relación.

Tengo frío, no se mueve nada aquí, miro las mismas sombras de hace mucho... Y esa luz a lo lejos, flojita, esa claridad que entra de ahí, como siempre. Muevo lentamente las manos, desplazo los dedos por esta superfície que me sostiene, me entretengo llevándolos un poco más lejos que la otra vez. Puedo hacerlo, noto el tacto familiar de esa tela, y el olor dulzón me llega con cierta fuerza. También me es conocido, me tranquilizo... Uy, se movieron las piernas, fuertemente. Algo que me arropaba se ha movido, siento más frío, y ¡hambre!. No se mueve nada ahora, nada. Me quedo en esta quietud, siento algo dentro, duele... Tengo miedo, ¿qué va a pasarme?. Me sale un grito, y otro, y más, grito con todas mis fuerzas, tengo mucho miedo ya, eso de dentro duele más y más, parece que voy a deshacerme, no lo soporto.
Ah, la luz, más luz... ¿Es ella?. ¡Es ella!. Sus pasos, su cara, la voz... Ven, ven, ven, por favor, ven, ven, ven.... Ah, sí... Ese olor... Me coge, me coge, aprieta mi cuerpo, siento sus brazos rodeándome... Me dice cosas, qué sonidos más dulces... Y esa cara, esos ojos que me miran... Es ella, por fin, ella que está aquí. Ríe, me río, se me mueven los brazos, las manos, y qué  calorcito...
Abro la boca, buscó, huelo, tanteo... Empiezo a mamar, chupo con muchas ganas, trago, casi con desespero. Me voy llenando, ese dolor va a menos, a menos, a... Ya no duele. Estoy lleno por dentro, siento todo mi cuerpo caliente, un hormigueo me recorre de cabeza a pies...ummm... Tengo sueño... Qué bien huele... Me Muevo a los lados, en sus brazos voy suave de un lado a otro... Qué placer... Y se me cierran los ojos... No la veo pero siento su tacto, el olor, sus sonidos... Su... ¡Eh!, no, no... Nada se mueve, otra vez la superficie fría, eh, no, no, no te vayas...¿qué ha pasado?


sábado, 18 de julio de 2015

que les den! (apego... evitativo)

Te acaban de dar la noticia, te terminan de decir que no, que no puedes ir con el grupo de amigos porque el coche ya se ha llenado. Te enfadas mucho, pero por dentro, ellos no lo han notado, ni tú lo has notado... A ellos, con la mejor de tu sonrisas, les has dicho que no pasa nada, que tranquilos, no te terminaba de hacer gracia el pasar el fin de semana en la costa, que tienes ganas de estar en casa y descansar. Te has despedido deseándoles buen viaje y has emprendido un camino en soledad, sin saber muy bien a dónde, paseando entre las calles, sintiendo algo en ti que querías calmar...



 


Vaya... Te entran ganas de llorar y te dices que qué tontería. No quieres hacerte caso, no te has querido dar tiempo de sentir más. Ya estás en una tienda, ya miras ropa aquí, unos libros allá... Pero algo hay dentro, que te molesta, y no hay manera que desaparezca. Sales de nuevo a la calle y una foto publicitaria, una simple foto para promocionar ni sabes qué, hace que algo dentro te de un respingo. Ahí, tan guapos todos, jóvenes, joviales, juntos, entrelazados, divirtiéndose, disfrutando de una jornada lúdica estival: unas manos entrelazadas, un abrazo, una mirada cómplice... Te acuerdas de los tuyos, los que te han dicho que no puedes ir, que el coche va lleno. Te acuerdas de la propuesta, que te interesó, que te encantó. Y aunque tardaste en decidirte, les diste un "vale, casi seguro que sí que iré". Ahhh, casi seguro. Y eso quería decir " sí, sí, sí, me muero de ganas, me apetece vuestra compañía, me ilusiona y emociona que hayáis contado conmigo...". 
Y te viene las veces que has sentido el rechazo, te sientes al margen de algo, ignorante del secreto de la popularidad, ser extraño, relegado sin saber por qué. Y va a salir de nuevo la pena, parece como una ola que te va a invadir de aquí a nada. Ya, ya asoman esas amargas lágrimas. Y no. " Que les den!". De un ramalazo erradicas la tristeza, de un ramalazo tu psique ha vuelto a jugártela. "Para qué ir con esos imbéciles?", " no los necesito". 
Te vas a casa, harás tus tareas, conseguirás olvidar, mejor dicho, disociar. Pero has vuelto a negarte, que lo sepas, has vuelto a engañarte. Algún día, si puedes, querrás saber el por qué de tu soledad. Y si tienes suerte, a lo mejor lees algo, te llega algo, sobre el "apego evitativo", y quizás a partir de ahí, tal vez... Puedas quitarte esa capa de desprecio, y dejarte sentir la pena. Llorarla, darle cabida en ti, sentirla profundamente. Y puede que moviéndote desde ahí, algo cambie en tus relaciones. De momento, ahí estás, con tu repetido " que les den!!!!".

martes, 7 de julio de 2015

El núcleo de dolor ( la vegetoterapia caracteroanalítica como forma de desentrañarlo)

Aunque estemos cansados del trabajo, los estudios, las complejas relaciones, las noticias que hablan una y otra vez de desencuentros, violencia y muertes... aunque no queramos mucho más que ligeras conversaciones, y nos guste el fútbol, el programa de humor, y jugar al Candy crush ... Me ha venido escribir ésto, porque siento que vale la pena tenerlo en cuenta. Y es que, por mucho mirar a otro lado y querer distraerse uno, cuando tenemos algo interno que molesta... no nos sentimos del todo libres. Es así.

Visto está que queremos pasárnosla bien por encima de todo, la vida, digo. Desde que nacemos, si no antes, estamos tratando a toda costa de estar bien. De la forma que sea, con las estrategias que podemos, agarrándonos a lo que encontramos. En todos los casos, hasta en el de los mal llamados masoquistas. Hasta ellos, lo que buscan es el placer, perverso, pero placer al fin y al cabo.

También todos los mensajes que nos da la sociedad van encaminados a ello: "pásatelo bien", "disfruta la vida", "eres fuerte, digno, maravilloso...", "estáte bien, contento, alegre, feliz..."

Si vamos a nuestros recuerdos más lejanos, podremos fácilmente traer del pasado imágenes de la infancia, siendo recriminados por llorar, por protestar, por no estar bien. "¿Cómo estás?", se suele preguntar al encontrarse una persona con otra, y la respuesta, si no es que estamos para el arrastre y nos pilla que ya no podemos más, esa respuesta, será: "bien, bien".

Así que estamos bien sí o sí. Queremos a toda costa eso, sea lo que sea lo que cueste. Por ese mecanismo de defensa que nos aleja del sufrimiento, y también porque aprendimos muy pronto que es como nos quieren, estando bien.

Sin embargo...


 


Lo hemos podido sentir en ocasiones, en momentos contados, puede, en situaciones de crisis y cambio. Algo se nos ha abierto, y nos hemos sorprendido con una pena que no sabíamos de donde venía, o una rabia tremenda que nos ha descolocado. Algo se nos ha ablandado de la coraza que nos hemos construido a lo largo de nuestra existencia, algo se ha resquebrajado, y... no ha sido alegría precisamente lo que ha salido. Es el núcleo de dolor. Ese que se asoma cuando bajamos la guardia, cuando nos retiramos a casa tras una jornada dura de trabajo y apariencias, cuando una música nos toca, cuando una mirada nos desarma. 

Solemos ignorarlo, arrinconarlo y dejar que el mundo nos embelese con sus estimulaciones varias. Si nos sentimos indeseables, no dignos de amor, no amables... ya se encargan mensajes de todo tipo, en libros de autoayuda, de decirnos lo maravillosos que somos y lo que valemos. Y nos decimos que nos lo creemos, aunque en el fondo sintamos que somos despreciables.

Las terapias suelen ir por ahí: elevar al autoestima, dar pautas para el bienestar, dar mensajes positivos...

¿Y qué hacemos con el núcleo de dolor?. Nos lo seguimos tragando, lo arrinconamos, lo escondemos, no queremos saber nada de él. "Molestas", le decimos.

La vegetoterapia caracteroanalítica, que es, por decir de algún modo, la terapia profunda que recoge el legado del psicoanálisis, aunque se desarrolla en lo corporal, en el cuido del sistema vegetativo, es la única que conozco que dice al paciente: "mira tu núcleo, no a otro lado". Esa terapia, iniciada por Wilhelm Reich, discípulo directo de Freud, va ayudando a quitar capas, poco a poco, al ritmo que marca el sistema de cada uno, hasta encontrar ese sentir profundo que se grabó en la más tierna infancia. El dolor en carne viva, el dolor sin palabras. Ese del bebé que no recibió los cuidados que como mamífero necesitaba, que no recibió el maternaje adecuado, el contacto, el calor, la simbiosis total con la madre, en su primer año de vida.

Entonces, a trancas y barrancas, compensando, armándose como ha podido cada uno, se han ido creando recursos, más o menos saludables, más o menos satisfactorios, y nos han permitido vivir, adaptarnos, estar en el mundo... Ha sido así, y muchos ¡damos el pego!. Ah, pero sin integrar el núcleo, sin atender a ese niño o niña interior dañado, herido, que suplica que le escuchemos, la vida va a quedar incompleta, sentiremos en lo más profundo que nos falta algo. Estaría bien, si podemos, hacerle caso, poder dejarse sentir ese núcleo de dolor y darle al niño herido la dignidad que perdió. A partir de ahí sí se puede construir.


jueves, 11 de junio de 2015

estoy contigo (un maestro a un adolescente rebelde)

Gritaste y se enfadaron, lo sé, insultaste y golpeaste fuerte... contra lo que encontraste... sí, lo sé, a cosas y personas, a lo que tenías a mano, y a ¡pie!. Vaya patadones, tío. te vi. Y los vi a ellos. Unos tratando de gritarte más fuerte, otros acobardados, acojonándose delante tuyo, mirándote como a un bicho raro. Ya les vale a toda esa panda, ya les vale.
Se alejaron, los unos y los otros, murmurando, amenazando, mientras tú seguías fuera de ti, sin saber qué hacer, perdido, sin rumbo. Solo, muy solo. Medio llorabas. Entonces me acerqué, y no recuerdo qué te dije, alguna palabra tonta de consuelo, alguna frese semihecha, no recuerdo... Recibí un "¡cállate cabrón". Tajante, directo... Y sincero. Me callé. Permanecí un rato a cierta distancia tuya, observándote encogerte en aquél rincón del aula vacía. Ahí empezaste a soltar más llanto, más, y salió un chorreón de dolor entre lágrimas y suspiros. Sobrecogedor.
Me miraste al cabo de un rato, no sé cuánto tiempo pasó. Seguía ahí, de pie, observando tu pelo revuelto, la ropa sucia... Te sentía cada vez más pequeño, más frágil. Te pregunté si querías que marchara y me dijiste muy bajito: "quédate...". Como un susurro.
Puse mi mano en tu hombro y poco a poco te levantaste. "... imbéciles cabrones hijos de puta...". Te acompañé a la salida del centro. Caminabas lento, casi arrastrando los pies. Doblaste la esquina del insti y volví a mi clase.
Un montón de comentarios, de quejas, de dimes y diretes, por los pasillos. Que si no puede estar aquí, que si qué se ha creído, que habrá que expulsarlo, que si llama a sus padres. Profesores y alumnos, revueltos.
Yo estoy contigo, quiero que lo sepas. Te entiendo, ¿sabes?. No se puede ir por el mundo dando hostias, claro, no es que esté a favor de eso. Pero te entiendo. No tienes de momento otro recurso y utilizas ese.
No eres débil, has mamado fuerza. Pero algo ha pasado en tu vida que te ha hecho acumular un dolor terrible. Y una rabia terrible. Lo sé. Y te provocan a veces, lo sé, de formas muy sutiles. Y la sacas, esa rabia, esa destructividad, siempre que puedes, cuando se te dispara. Y ¡zas!, la armas. Tío, la armas. Y te estás jugando la expulsión.
Estoy contigo, que lo sepas. Tienes tus motivos, aunque te pierden las formas. No sabes utilizar otras. He visto el miedo que ocultas tras esa coraza mal montada de tío duro. Temblabas... Pero es que ¿sabes lo que pasa?, que pocos saben leer eso, muy pocos. Muchos ayudarán a los flojitos, esos a los que les cuesta, o a los que les pegan y no saben devolver... Sí, esos, a los que tú alguna vez también has pegado.
Míralos, les ayudan, despiertan compasión, instinto de protección, algo así. ¿Lo entiendes?. Esos suelen recibir pronta ayuda. Está bien, no digo que no... Pero ¿quién se acerca a ti?. Si los asustas...
¿Quién puede hacer oídos sordos a insultos, a maltratos, a desaires?... Cuesta eso.
Pero, ¿es que no ven que no sabes de otra forma?. Pues no, parece que no lo ven.
Estoy contigo, que lo sepas. Que me la sudó que me llamaras "cabrón", que lo que me querías decir es que te dejara de rollos, que no estabas para eso. Y, mira, me llegó. A lo mejor de otra forma no me llega...
Me gustará acompañarte, ayudarte a canalizar esa rabia, a ir filtrando, a saber comportarte con los demás... Pero sé que es un camino largo. no quiero que te sientas culpable por lo que haces, no sabes de otro modo. Sabrás un día, no lo dudo.
Estoy contigo, ¿sabes?. no has de hacer nada para agradarme.
(Aunque, macho, a ver si controlas un poco, que te juegas la expulsión... )