lunes, 8 de junio de 2015

Nuestras formas de entender pasan por el cuerpo

Cada vez se va sabiendo más de lo que va sucediendo en nuestro cerebro a medida que vamos creciendo, desarrollándonos e interactuando con el entorno en las múltiples experiencias que tenemos, desde las que suceden en el vientre materno a las que van apareciendo tras el nacimiento. Sensaciones de todo tipo van llegándonos y las vamos integrando, primero como forma de mera superviviencia, y poco a poco pudiendo alcanzar interesantes matices diferenciales que nos ayudan a situarnos mejor, a entender más lo que va pasando y cómo hemos de irnos colocando frente a ello.
A medida que vamos teniendo experiencias, las vamos sintiendo, nos van igualmente quedando los mensajes de lo que es peligroso, lo que da seguridad, lo que es divertido... En definitiva, de qué va la vida. Según las primeras experiencias, demasiadas veces el mundo puede quedar resumido en "un espacio del que no se puede fiar uno". Sí, muy pronto aprendemos a ponernos a la defensiva y a desconfiar. No siempre, no en todos los casos, pero sí frecuentemente.
Me ha llegado varias veces la inquietud, desde unos padres que tienen a sus hijos en sus 3, 4 años. Va sobre los "mapas mentales" y "el sistema de creencias". Si se van haciendo la idea del mundo, de los que les rodea, en estas edades, me muestran los padres la preocupación sobre el "montaje" que se pueden hacer sus pequeños de cómo funcionan las cosas.
Cierto que cuando empezamos a poner palabras, se inicia el simbolismo, la imágenes mentales se van arraigando. A los 3, 4 años estamos en un inicio, y el proceso necesita de sus ajustes, sus contrastes y matices.
Por ejemplo, una niña a la que habían asustado con un "¡vendrán los vecinos!", en muchas ocasiones, por hacer ruido, pensó durante mucho tiempo que los vecinos eran seres monstruosos que le podían hacer daño. Invito a que cada uno busque en sus recuerdos, encontrará hechos similares: que se va al médico cuando uno va a morir ("me dijeron que el abuelo había ido al médico, y luego murió"), que hay temporadas en las que no se hace de noche nunca (en verano, cuando los niños se acuestan que aún es de día, y de levantan con luz solar también...), que los microbios son unos bichos malos que se meten por el cuerpo de forma imprevisible y fastidiosa...
Al ir creciendo todo se va situando desde el principio de realidad y la seguridad que va adquiriendo el niño. La seguridad. Ahí quería yo ir. ¿Cómo se adquiere esa seguridad?
Pues primordialmente, esa seguridad queda asentada en los primeros años, sobre todo en el primero. En el período de la identidad biológica.
Cada vez más autores lo señalan, y me uno a ellos. Desde Piaget, llamándolo periódo sensoriomotor, pasando por la vertiente psicocorporal del psicoanálisis que inició Wilhelm Reich, a otros autores y profesionales de la psicomotricidad y técnicas corporales. El primer "yo" es cuerpo.
Y es la posibilidad de ese profundo contacto con la vida que llevamos dentro, que se manifiesta en nosotros, que podemos ir extrapolando a lo vivo que nos rodea, desde lo más sencillo al más complejo sistema. Antes de desarrollar el intelecto, un niño sano puede entender los procesos vitales, conectar con ellos, desde la seguridad con la que se relaciona consigo mismo. La vida tiene una coherencia, un orden, una verdad, que no necesita de grandes explicaciones.
Si a un niño se le ha permitido seguir sus ritmos, si ha podido sentirse acogido y escuchado en sus necesidades, ha ido creando la tranquilidad que le da la gran confianza básica en lo que le rodea. Se le alimentó cuando necesitó, se le dio cobijo, y presencia con cálidas miradas... Tocó miles de flores, observó animales, se miró su piel cuando tuvo una herida, sintió estirarse todo su cuerpo al encaramarse a un árbol... Cualquier situación.
Si ha habido esa primera etapa "preverbal" de base, rica, cálida, estimulante y aseguradora, entrarán las ideas y nos iremos ajustando a ellas, con equivocaciones, con fallos... pero no hay que preocuparse, existen recursos desde el cuerpo que evitan que quedemos atrapados en lo erróneo. Estamos perceptivamente abiertos a la coherencia de la vida.


 Nuestras formas de entender, pues, pasan por el cuerpo.

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