domingo, 11 de febrero de 2018

su tiempo...

movimiento y expresión

Rescatamos estas palabras del Eclesiastes:
"Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora.
Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado;
tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar;
tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar;
tiempo de esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazar;
tiempo de buscar, y tiempo de perder; tiempo de guardar, y tiempo de desechar;
tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar;
tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz..."

Un tiempo para parar, 
y otro para seguir
y un tiempo para el todo, 
y otro para la nada
Y vivir el todo
¡Y vivir la nada!
¡Y estarse ahí!

Todo, sí, tiene su tiempo. Y un tiempo hay para cada cosa, para cada estado, para cada forma. Un tiempo para la expansión, para el afuera, para mostrarse. Miradas de los otros, ritmos conjuntos, tempos comunes, encuentros y desencuentros, interacciones múltiples, extremidades abiertas, manos que alcanzan, sonidos fuertes. Empujones, abrazos, caricias y agarres.
Otro tiempo hay, que invita a recogerse, doblarse sobre uno mismo, cubrirse y permanecer ahí. Con sus luces y sombras, las de cada uno. Con la mirada para adentro, sintiendo el pulsar, el latido, un retorcerse, un suspiro, un recuerdo, una impronta de amargura, un rastro de caricias que fueron. Sentir el calor y el frío, que generamos, que sale del interior nuestro. 
Hay un tiempo de coger carrerilla, y lanzarse, vivir el vértigo. Ir al mundo y comérselo, tragarlo sin piedad o escupirlo si hace falta. Agarrar trozos de vida, con descaro, sin miramiento. Y empacharse, emborracharse, aturdirse y perderse en el exceso. Gritar fuerte, disonantes, sentirse a la contra de todo, disarmónicos, irritantes, desafinados, desafiantes.
Y un tiempo de comodidad, entrando en esa especie de inercia que hace tan fluido el trayecto, nos adormecemos en ese suave vaivén que de repente se puede convertir la vida, nos abandonanos a él. Ojos entornados, flojitos los brazos, piernas con caminar lento...
Otro tiempo hay, también, para parar. Sentir lo estático mientras pasan a nuestro lado. Molestar incluso a los que vienen detrás. Parar y mirar lo que nos envuelve. Sentir la vida pulsando, y ver que nos miran, y que nos requieren, y que nos tienden, inquietos, la mano. Y darnos el permiso de no acudir a las llamadas. Notar el suelo bajo los pies, notar los apoyos, abandonarnos al sueño.
Un tiempo hay, para todo. Aunque parezca que hay estados tildados de tabú, caminos que no debemos transitar, para no perder... ¡el tiempo!. Parece que nos obligan a instalarnos en unas formas de vida, unas maneras de ser y de estar. Y que no contemplemos otras, que ni nos asomemos a ellas. Vamos viviendo la vida, instalados en modos de hacer, gastando nuestros días de una manera concreta, ahogando atisbos del sentir muchas veces, "porque ahora no toca". Una pena que quiere asomar, un ramalazo de alegría, un llanto que se atasca en la garganta, una mirada de odio que de repente, culpables, borramos. 
¿Por qué no?, ¿por qué no dejar salir y acontecer en su tiempo, que es nuestro tiempo, lo que por naturaleza aparecería?, ¿por qué no escuchamos nuestro ritmo?.
Un tiempo hay, para todo. Y hasta hay tiempo para nada.

EQUIPO FLAMENCURA

Fotografía: Jacqueline Blanco