domingo, 27 de diciembre de 2015

Sobrepasados...

Días de consumo, de experimentar la abundancia con comidas y cenas copiosas, de compras al límite de las posibilidades, dias de colas, luces y sonidos... Días excesivos muchas veces, demasiadas. Especialmente excesivos para los pequeños de la casa. Quiero poner énfasis en ello, señalarlo y llevarlo a la reflexión desde diversos puntos de vista. Como quien saca a relucir un objeto escondido e invita a verlo desde arriba, abajo, por diferentes lados...
De exceso hablaba, en relación a cómo pueden vivir en general los pequeños de la casa los días festivos de Navidad. Y los previos también, cuando los preparativos en casa y en el colegio.
Al decir exceso, me refiero a la incapacidad para digerir adecuadamente la estimulación recibida. Cuanto más pequeños, más inmaduros y por tango más incapaces. Cuando un sistema recibe más inputs de la cuenta, se sobrecarga, digamos que no metaboliza bien, que se indigesta. Signos visibles de ello pueden ser indicadores biológicos o sociales tales como trastornos en el sueño, irritabilidad, resfriados, trastornos digestivos, malhumor... 
Eso les suele suceder a los niños en estas fiestas llamadas navideñas, que son también de fin de año y reyes. Y además, de las que se dicen que ellos son los protagonistas. Bueno, eso dicen los adultos. Pero...
Empecemos por las previas, la prenavidad. En el colegio "normalizado" de turno, se empieza a preparar la Navidad (me ha salido con mayúscula ahora, vaya...). Y es algo muy importante, les llega a los alumnos. Hay un festival de fin de trimestre en el que las diferentes clases exhibirán sus bailes y dotes artísticas. En el teatro o similar (depende de los recursos), habrá una representación del Belén, con sus pastorcillos, la virgen, San José, el niño, los angelitos, la estrella... Eso que ven los papás y mamás, y demás familiares, en un rato, pongamos una hora aproximadamente, supone más de un mes de ensayos. Entre clases, tras las clases, comiéndose al recreo...
Suele pasar, no es difícil imaginarlo, que desde dirección sienten jugarse el prestigio, y lo mismo pasa con el resto del profesorado. Así los niños reciben la presión por que salga bien algo que, si en algún momento les gustó un poco, empieza a perder toda la gracia al tercer grito nervioso de cualquier maestro que exija la perfecta puesta en escena. No se ha tenido en cuenta sus ritmos, no se ha transmitido el gozo de celebrar algo que tiene una profunda significación arraigada a la vida. A los niños pequeños les sobrepasa el festival navideño. 
Y vamos ahora con el chantaje emocional. Tanto en el colegio como en casa se empieza a hablar de la venida de unos seres mágicos, que traen regalos a los niños si se han portado bien. Que los van mirando, les dicen, que los observan (un Gran Hermano en casa y... En todos lados). Sobre los 5 años se empieza a desconfiar... Pero antes, antes hay un pensamiento "mágico fenomenista" por naturaleza, que se debería dejar fluir en un contexto respetuoso y cuidado. La presencia todopoderosa de esos seres que traen juguetes, hecha al gusto y medida de los progenitores que le toquen al niño, distorsiona, confunde y, en algunos casos, crea miedos, inseguridades y culpabilidad.
Añadimos que se lleva a grandes almacenes y centros comerciales a esos niños. Sitios de sobreestimulación lumínica, de sonidos, olores... No están los pequeños preparados para tanta información de golpe, tanto imput que pelea por ser él el que llegue a la retina, a los oídos, al deseo... No se coloca bien, no se filtra, entra de golpe, invade, desordena... A los niños les sobrepasan los centros comerciales y sus derivados.
Como les saturan las eternas reuniones familiares con gente que no conocen tanto, que no son de su entorno inmediato, que ponen nerviosos a sus papás, que les piden cosas contradictorias, como que no hablen, o que canten aquella canción tan graciosa... Gente que no los mira, que no atienden a su sueño, a su curiosidad tranquila por aquél juguete que papá corre a desempaquetar...
Suelen ser días de exceso éstos. Cierto desenfreno y reactividad, querer los adultos proyectar en los niños nuestras carencias, utilizarlos como excusa...
Pero también podemos parar, observar cómo la vida renace en cada uno de ellos, nuestros pequeños. Podemos silenciar la algarabía y dejarnos sentir. Y que los olores entren poco a poco, y las luces, y el tacto... Lentamente, suavemente... Podemos disfrutar del calorcito de un cuerpo que se acurruca a nuestro lado, de unos ojos que preguntan... Es posible...
Aunque  las luces ahí fuera son tan potentes, tan llamativas...
Días de exceso, éstos...

martes, 3 de noviembre de 2015

LLegados a este punto... (acercándose a la mitad de la vida...)


Llegada a este punto, ha pasado el tiempo suficiente para haber experimentado qué es eso de ver nacer, y qué es ver a alguien morir. He visto los ojos ávidos, tremendamente vivos, sorprendidos, buscando la teta para mamar, buscando mi olor, para recogerse en mí, recién salidos de mí... He visto lo que sucede en las últimas, cuando vamos a partir a no se sabe donde: el miedo, el desespero, la rabia, la negación y finalmente la entrega... Han dejado este mundo seres muy queridos míos.

He vivido lo necesario para ver procesos vitales, (valga la redundancia) me he sentido privilegiada espectadora en platea de vidas de otros, cercanas. He visto nacer, crecer y acorazarse, a los que en un día fueron cachorritos humanos espontáneos. Ya he podido ver lo que se intuía, o lo que sabía de libro o me contaban mis maestros. ya lo sé. Esos cuerpos ya se han estirado hasta dejar el torso plano, o se han doblado tanto que parecen miradas clavadas en el suelo... Han sido caminos largos, imperceptibles en el día a día, pero ahí están. He visto cómo hablan, miran o se mueven ahora. Supe en su día de sus sueños y anhelos y los veo habiendo entrado en esa rueda que parece ineludible. Ahí están dueños hoy del discurso que en su día les llegó de sus padres, olvidados de sus ilusiones en muchos casos, reprimiendo a sus hijos, tan alejados de ellos y sus problemas reales, que parece imposible que un día ellos vivieran lo mismo.

Sé qué sucede cuando no se ha estado presente, ya sé qué sucede con los vínculos, con los apegos. Sé del peligro de caer en abismos por no haber recibido estructura en su momento, y eso pasa muchísimo más de lo que podemos imaginar. Mucho, mucho más. Sé del dolor de la incomunicación, cuando dos seres humanos hablan sin entenderse, si poder llegar al otro.

Conozco los equilibrios precarios para irse manteniendo, para no resbalar. Me he asomado a un montón de esos mecanismos de defensa que utilizamos para ir tirando, respirando, sobreviviendo... "Pobrecito de mí", o "yo me adapto", o "yo puedo, puedo con todo, soy fuerte, omnipotente", o "no necesito a nadie", o "yo te complaceré hasta el infinito, yo satisfaré todas tus necesidades", o... cualquier papel desempeñado, cualquier disfraz para funcionar en un mundo que se sintió hostil. Cualquier cosa para ser aceptados, formar parte de...

Y aquí, ahora, en este momento, ya he visto caer a muchos. Ya han sucumbido, o casi, tras procesos de autodestrucción que han durado décadas, o toda la vida, a veces... Y me cuesta entender que si uno no se sintió amado, no puede amar, ni siquiera amarse. Me cuesta mucho esfuerzo comprender qué le lleva a uno a la aniquilación, a no querer vivir y expandirse, por tabaco, café, alcohol, vida sedentaria y pasiva, mala alimentación... He visto verdaderos contenedores humanos de porquerías, propias y ajenas. Y cómo han llegado, destrozados, a su cuarentena... los que han llegado...

Y en este momento, también, me sorprendió la vida, porque las corazas se han ablandado y ha salido el cuerpo, sus flujos, sin miedo, potentes, sonrientes, Ya sé que se puede arriesgar, que se puede salir de lo preestablecido, que más allá de la cueva platónica hay vida pulsante en sus colores más nítidos. Sé que no es necesario mucho de lo que creemos imprescindible. He acompañado procesos en los que ha entrado la luz de pleno, vidas que se han fortalecido y han cambiado las prioridades. He visto otro tipo de nacimientos, y otro tipo de muertes. He visto, y soy privilegiada acompañante de ellos, niños que juegan libres, que aprenden libres y libres se expresan.

Y he podido conocer ahora, gente comprometida, apostando por aportar vida a la vida, y expansión, contacto, entereza. A través de la danza, de la expresión en cualquiera de sus formas, valientes, admirables...

Llegada a este punto... básicamente me alegro. De estar viva y de la cantidad de experiencias acumuladas. Se han ido sucediendo etapas, el tiempo con su relatividad ha ido pasando, y los espacios también, y en ello, las relaciones, los vínculos, los amores y desamores, los desgarros y los júbilos.

Siento acercarme a la mitad de la existencia, me di cuenta un día, me entró ese sentir sin más, a gusto, mientras nadaba. Suele sucederme últimamente bastante, me sorprenden emociones con sus matices, toman forma, y las acojo encantada. Nadaba, digo, aunque a veces es cuando paseo, cuando bailo, o me siento en cualquier lugar en el que se está a gusto. Apareció. "Ya han pasado años, bastantes, y sigo sintiendo el cuerpo latir con fuerza, en cada brazada, notando el agua fresca, juguetona, la expansión en cada avance, el placer del movimiento...". Y esa sensación me siguió acompañando en la cotidianidad, en el día a día, en mis tareas, mis ocupaciones varias... La colada, la compra, la comida, los pacientes, los talleres, los grupos de crianza, las clases de expresión... "Estás viva, estás pulsando... estás".



En este momento, ya he llorado un montón. Y de eso, sí, también me alegro. Siento las grietas de mi coraza por las que puede salir algo de mí, y por las que lo que me rodea, los que están a mi alrededor, pueden entrar... No son muchas, ni muy abiertas, eso también lo digo, pero es lo que hay... Llegada a este punto...





lunes, 5 de octubre de 2015

Variados cajones de colores... (acerca de la disociación)

Lo hacemos tanto, estamos tan inmersos en ello, que me apetece llevarlo a la reflexión. Lo creo interesante, y no para que no utilicemos este mecanismo de defensa, sino para que tengamos algo más de conocimiento de causa de cómo actuamos, de los motivos que nos llevan a comportarnos de una forma u otra, que, por supuesto, son inconscientes y nos van por delante.
Quiero hablar de la disociación.
Por la disociación aislamos algo, una vivencia, un sentir, unas emociones. Ha sucedido algo que no soportamos integrar en nuestra cotidianidad y, como defensa, por esa tendencia natural a "estar bien", dejamos de sentir, de acordarnos, de eso que nos pasó que amenazó nuestro equilibrio. Cada uno tenemos nuestro límite. Hay un abanico amplio de ejemplos de sucesos que se aíslan, se encapsulan y se olvidan. En nuestra infancia pudieron ser malos tratos, pérdidas de seres con los que se había hecho vínculo, acoso en la escuela...
Cuando la emoción que sentimos superó un umbral, dejamos de sentir. Y así pudimos mirar para otro lado, hacer nuestra vida y... ser "felices".
Lástima que lo que se aísla queda ahí, lástima que no desaparece de nuestra historia ni nos deja del todo tranquilos. Lo que no se integra, lo que no ha tenido su espacio, se revuelve dentro, molestando, incordiando. Camuflado de indefinición, se presenta como vagos síntomas (que pueden ir a más), inexplicables estados de ansiedad, sensación de pena sin motivo aparente...
Es que no nos vemos enteros, nos vemos un trozo. Vemos y atendemos algunos aspectos de nuestra vida, y en cada momento pueden variar y ser uno u otro, además.
Arrinconamos a lo profundo de nuestro ser lo que nos molesta y vamos aprendiendo a "esto sí, esto no". El mundo se divide, se fragmenta, como lo estamos nosotros, capaces de integrar en el todo de la realidad lo que nos va sucediendo. Es lo que hacemos. Y no es sano.
Con la disociación viene el mecanismo de encasillarlo todo, clasificarlo y ordenarlo para nuestro bienestar en unos cajones mentales bastante rígidos e inamovibles.


 
 
Ahí estamos pues, creciendo desde la fragmentación, impedidos de una visión general de lo que nos rodea. Unos más, otros, menos.
Para conocer el origen de este mecanismo hemos de remontarnos muy atrás, ir a los primeros meses de vida. Ahí, en esos meses, (llamado desde la Escuela Reichiana período crítico biofísico, recogiendo el legado de Wilhelm Reich), es donde se fragua la inseguridad de base de una criatura que es todo cuerpo, todo emoción. En esos delicados días, el bebé, inmensamente frágil y desamparado, expresa sus necesidades instintivas. Y ahí puede recibir retroalimentaciones positivas y de reconocimiento, cuando siente frío y su madre lo acurruca, o siente hambre y se le alimenta... El mensaje que le llega es algo así como "existes, te recojo, te doy presencia, te amo". Pero demasiadas veces suceden retroalimentaciones desajustadas.  En caso de haber desajustes frecuentes, disarmonía, el pequeño cachorro humano se confunde, se retrae y nace el él un núcleo de dolor y mucho miedo. Se llega a conectar con la muerte. Esto es así. Ni más, ni menos. Cuando hay unas necesidades básicas que tardan en cubrirse, o no se cubren, el pequeño ser entra en pánico. Y ahí se empiezan a gestar, por pura supervivencia, fortísimos mecanismos de defensa. Empezamos a disociar: hay una madre buena, hay una madre mala... Y lo "malo", lo que nos ha hecho sentir tan mal, lo arrinconamos, porque sentir la soledad, la incomprensión, sentir el abandono, cuando aún no ha dado tiempo de formarse una identidad, ni física, ni psíquica, es... demasiado sentir.
Así vamos creciendo y ese mecanismo va funcionando, no nos sentimos uno con nosotros mismos ni nos sentimos uno con el entorno, pero vamos trampeando en nuestro día a día.
Y puede ser que esta tendencia haya sido tan poderosa, nos haya requerido tanta energía que un día, ya de adultos, no podamos más con la sintomatología que lleva pareja, puede que nos hartemos de encasillar, de impedir que salgan las emociones "feas" en nuestro falso perfecto mundo. Puede que entonces, iniciando un proceso de terapia, empecemos a ver un poco más, a integrar más, y comprobar, sorprendidos, y con bastante alivio también, que las delimitaciones de los cajones se desdibujan. Y esa disociación empieza a no ser tal...


martes, 8 de septiembre de 2015

la vida y la muerte, danzando

Sala grande, espacio amplio, boxes. Se van ocupando, cada uno con el enfermo de turno, cada uno con su particularidad, con el material que dictamina el protocolo... Ellos ahí, en las camas, en general no pueden comunicarse o lo hacen con gran dificultad...Su vida, de un hilo. El cuerpo hace ya que tomó un camino letal. Ahí, derrotados, con miedo, con algo de esperanza... Ahí, desválidos, en sus manos... Confiados, resignados tal vez. Y pasan ellos, y ellas, de prisa y concentrados, canturreando en ocasiones. LLegan y tocan uno u otro botón, cambian algo, introducen cierto medicamento, ajustan otro...y les dirigen una sonrisa, un comentario gracioso, o les revuelven el pelo y les llaman "guapo, guapa, cariño"... como a niños pequeños, con voz aguda en general... A momentos paran, les miran a los ojos, y están un rato en silencio, respetuosos. (Me viene pensar que los que hacen eso son recién llegados, es imposible aguantar esas cotas de dolor por meses o años).
Pasan los otros, los de la autoridad, los que van dictaminando y tomando decisiones. Entre ellos, los más jóvenes aplican lo que saben, se esfuerzan en encontrar el diagnóstico, en situar el problema de ese cuerpo que pudo morir, que hubiera muerto, sin su intervención. Van a partes, se fijan en las secciones del todo, observan los órganos vitales y se meten a saco en mantenerlos. Hay medios, muchos, muchos medios. Se puede. Hoy día se puede. Si no respiras, te intuban. La máquina respira por ti. Si no bombea el corazón ellos se ocupan de poner medios artificiales para que bombee. Las sustancias que necesitas, te las inyectan. Si los riñones no dan abasto, diálisis (sale la sangre, se limpia con una especie de centrifugadora, y vuelve al cuerpo...). Ah, por supuesto, como esto no se aguanta en estado normal, a echar mano de la sedación. Oh, bendita sedación...Todo un despliegue de posibilidades para mantener un cuerpo con vida.
Entre ellos, los de la autoridad que he dicho, los mayores, los que peinan canas y caminan más pausado, se permiten hablar de globalidades. Un poco, sólo un poco, miran a los ojos a los familiares del paciente (nunca mejor dicho, porque esa situación sí que es el colmo de la paciencia), y hablan a las personas, no de una máquina, sino de otra persona. Un flash de ternura ahí, una pizca de comprensión, un plantearse cosas y un dudar... Hablan de una persona a la que quieren devolver a la vida "normal", y que su cuerpo dirá. Lo dicen bajito, se los ve humanamente inseguros, humanamente relativos, y prudentes, y serenos. Habrán visto de todo, de los que salen, de los que no salen... Y de los que salen... pues todos sus matices.
Y yo me pregunto, ¿vida normal?, ¿que su cuerpo dirá?. Pero ¿su cuerpo no ha hablado ya?. ¿Qué más ha de decir su cuerpo?. Y, dicho de otro modo, ¿se le escucha a ese cuerpo?. Y ¿qué va a ser vida normal?...
Me viene recordar la frase de Xavier Serrano, yo que me he dedicado bastante al acompañamiento en el nacimiento y la crianza, "nacemos mal y morimos peor".
Sala grande, espacio amplio, boxes... Se van ocupando y desocupando... La u.c.i. de un hospital. Cada uno con su particularidad, con el material que dictamina el protocolo... ¿Su cuerpo dirá?.






lunes, 3 de agosto de 2015

Primera relación.

Tengo frío, no se mueve nada aquí, miro las mismas sombras de hace mucho... Y esa luz a lo lejos, flojita, esa claridad que entra de ahí, como siempre. Muevo lentamente las manos, desplazo los dedos por esta superfície que me sostiene, me entretengo llevándolos un poco más lejos que la otra vez. Puedo hacerlo, noto el tacto familiar de esa tela, y el olor dulzón me llega con cierta fuerza. También me es conocido, me tranquilizo... Uy, se movieron las piernas, fuertemente. Algo que me arropaba se ha movido, siento más frío, y ¡hambre!. No se mueve nada ahora, nada. Me quedo en esta quietud, siento algo dentro, duele... Tengo miedo, ¿qué va a pasarme?. Me sale un grito, y otro, y más, grito con todas mis fuerzas, tengo mucho miedo ya, eso de dentro duele más y más, parece que voy a deshacerme, no lo soporto.
Ah, la luz, más luz... ¿Es ella?. ¡Es ella!. Sus pasos, su cara, la voz... Ven, ven, ven, por favor, ven, ven, ven.... Ah, sí... Ese olor... Me coge, me coge, aprieta mi cuerpo, siento sus brazos rodeándome... Me dice cosas, qué sonidos más dulces... Y esa cara, esos ojos que me miran... Es ella, por fin, ella que está aquí. Ríe, me río, se me mueven los brazos, las manos, y qué  calorcito...
Abro la boca, buscó, huelo, tanteo... Empiezo a mamar, chupo con muchas ganas, trago, casi con desespero. Me voy llenando, ese dolor va a menos, a menos, a... Ya no duele. Estoy lleno por dentro, siento todo mi cuerpo caliente, un hormigueo me recorre de cabeza a pies...ummm... Tengo sueño... Qué bien huele... Me Muevo a los lados, en sus brazos voy suave de un lado a otro... Qué placer... Y se me cierran los ojos... No la veo pero siento su tacto, el olor, sus sonidos... Su... ¡Eh!, no, no... Nada se mueve, otra vez la superficie fría, eh, no, no, no te vayas...¿qué ha pasado?


sábado, 18 de julio de 2015

que les den! (apego... evitativo)

Te acaban de dar la noticia, te terminan de decir que no, que no puedes ir con el grupo de amigos porque el coche ya se ha llenado. Te enfadas mucho, pero por dentro, ellos no lo han notado, ni tú lo has notado... A ellos, con la mejor de tu sonrisas, les has dicho que no pasa nada, que tranquilos, no te terminaba de hacer gracia el pasar el fin de semana en la costa, que tienes ganas de estar en casa y descansar. Te has despedido deseándoles buen viaje y has emprendido un camino en soledad, sin saber muy bien a dónde, paseando entre las calles, sintiendo algo en ti que querías calmar...



 


Vaya... Te entran ganas de llorar y te dices que qué tontería. No quieres hacerte caso, no te has querido dar tiempo de sentir más. Ya estás en una tienda, ya miras ropa aquí, unos libros allá... Pero algo hay dentro, que te molesta, y no hay manera que desaparezca. Sales de nuevo a la calle y una foto publicitaria, una simple foto para promocionar ni sabes qué, hace que algo dentro te de un respingo. Ahí, tan guapos todos, jóvenes, joviales, juntos, entrelazados, divirtiéndose, disfrutando de una jornada lúdica estival: unas manos entrelazadas, un abrazo, una mirada cómplice... Te acuerdas de los tuyos, los que te han dicho que no puedes ir, que el coche va lleno. Te acuerdas de la propuesta, que te interesó, que te encantó. Y aunque tardaste en decidirte, les diste un "vale, casi seguro que sí que iré". Ahhh, casi seguro. Y eso quería decir " sí, sí, sí, me muero de ganas, me apetece vuestra compañía, me ilusiona y emociona que hayáis contado conmigo...". 
Y te viene las veces que has sentido el rechazo, te sientes al margen de algo, ignorante del secreto de la popularidad, ser extraño, relegado sin saber por qué. Y va a salir de nuevo la pena, parece como una ola que te va a invadir de aquí a nada. Ya, ya asoman esas amargas lágrimas. Y no. " Que les den!". De un ramalazo erradicas la tristeza, de un ramalazo tu psique ha vuelto a jugártela. "Para qué ir con esos imbéciles?", " no los necesito". 
Te vas a casa, harás tus tareas, conseguirás olvidar, mejor dicho, disociar. Pero has vuelto a negarte, que lo sepas, has vuelto a engañarte. Algún día, si puedes, querrás saber el por qué de tu soledad. Y si tienes suerte, a lo mejor lees algo, te llega algo, sobre el "apego evitativo", y quizás a partir de ahí, tal vez... Puedas quitarte esa capa de desprecio, y dejarte sentir la pena. Llorarla, darle cabida en ti, sentirla profundamente. Y puede que moviéndote desde ahí, algo cambie en tus relaciones. De momento, ahí estás, con tu repetido " que les den!!!!".

martes, 7 de julio de 2015

El núcleo de dolor ( la vegetoterapia caracteroanalítica como forma de desentrañarlo)

Aunque estemos cansados del trabajo, los estudios, las complejas relaciones, las noticias que hablan una y otra vez de desencuentros, violencia y muertes... aunque no queramos mucho más que ligeras conversaciones, y nos guste el fútbol, el programa de humor, y jugar al Candy crush ... Me ha venido escribir ésto, porque siento que vale la pena tenerlo en cuenta. Y es que, por mucho mirar a otro lado y querer distraerse uno, cuando tenemos algo interno que molesta... no nos sentimos del todo libres. Es así.

Visto está que queremos pasárnosla bien por encima de todo, la vida, digo. Desde que nacemos, si no antes, estamos tratando a toda costa de estar bien. De la forma que sea, con las estrategias que podemos, agarrándonos a lo que encontramos. En todos los casos, hasta en el de los mal llamados masoquistas. Hasta ellos, lo que buscan es el placer, perverso, pero placer al fin y al cabo.

También todos los mensajes que nos da la sociedad van encaminados a ello: "pásatelo bien", "disfruta la vida", "eres fuerte, digno, maravilloso...", "estáte bien, contento, alegre, feliz..."

Si vamos a nuestros recuerdos más lejanos, podremos fácilmente traer del pasado imágenes de la infancia, siendo recriminados por llorar, por protestar, por no estar bien. "¿Cómo estás?", se suele preguntar al encontrarse una persona con otra, y la respuesta, si no es que estamos para el arrastre y nos pilla que ya no podemos más, esa respuesta, será: "bien, bien".

Así que estamos bien sí o sí. Queremos a toda costa eso, sea lo que sea lo que cueste. Por ese mecanismo de defensa que nos aleja del sufrimiento, y también porque aprendimos muy pronto que es como nos quieren, estando bien.

Sin embargo...


 


Lo hemos podido sentir en ocasiones, en momentos contados, puede, en situaciones de crisis y cambio. Algo se nos ha abierto, y nos hemos sorprendido con una pena que no sabíamos de donde venía, o una rabia tremenda que nos ha descolocado. Algo se nos ha ablandado de la coraza que nos hemos construido a lo largo de nuestra existencia, algo se ha resquebrajado, y... no ha sido alegría precisamente lo que ha salido. Es el núcleo de dolor. Ese que se asoma cuando bajamos la guardia, cuando nos retiramos a casa tras una jornada dura de trabajo y apariencias, cuando una música nos toca, cuando una mirada nos desarma. 

Solemos ignorarlo, arrinconarlo y dejar que el mundo nos embelese con sus estimulaciones varias. Si nos sentimos indeseables, no dignos de amor, no amables... ya se encargan mensajes de todo tipo, en libros de autoayuda, de decirnos lo maravillosos que somos y lo que valemos. Y nos decimos que nos lo creemos, aunque en el fondo sintamos que somos despreciables.

Las terapias suelen ir por ahí: elevar al autoestima, dar pautas para el bienestar, dar mensajes positivos...

¿Y qué hacemos con el núcleo de dolor?. Nos lo seguimos tragando, lo arrinconamos, lo escondemos, no queremos saber nada de él. "Molestas", le decimos.

La vegetoterapia caracteroanalítica, que es, por decir de algún modo, la terapia profunda que recoge el legado del psicoanálisis, aunque se desarrolla en lo corporal, en el cuido del sistema vegetativo, es la única que conozco que dice al paciente: "mira tu núcleo, no a otro lado". Esa terapia, iniciada por Wilhelm Reich, discípulo directo de Freud, va ayudando a quitar capas, poco a poco, al ritmo que marca el sistema de cada uno, hasta encontrar ese sentir profundo que se grabó en la más tierna infancia. El dolor en carne viva, el dolor sin palabras. Ese del bebé que no recibió los cuidados que como mamífero necesitaba, que no recibió el maternaje adecuado, el contacto, el calor, la simbiosis total con la madre, en su primer año de vida.

Entonces, a trancas y barrancas, compensando, armándose como ha podido cada uno, se han ido creando recursos, más o menos saludables, más o menos satisfactorios, y nos han permitido vivir, adaptarnos, estar en el mundo... Ha sido así, y muchos ¡damos el pego!. Ah, pero sin integrar el núcleo, sin atender a ese niño o niña interior dañado, herido, que suplica que le escuchemos, la vida va a quedar incompleta, sentiremos en lo más profundo que nos falta algo. Estaría bien, si podemos, hacerle caso, poder dejarse sentir ese núcleo de dolor y darle al niño herido la dignidad que perdió. A partir de ahí sí se puede construir.


jueves, 11 de junio de 2015

estoy contigo (un maestro a un adolescente rebelde)

Gritaste y se enfadaron, lo sé, insultaste y golpeaste fuerte... contra lo que encontraste... sí, lo sé, a cosas y personas, a lo que tenías a mano, y a ¡pie!. Vaya patadones, tío. te vi. Y los vi a ellos. Unos tratando de gritarte más fuerte, otros acobardados, acojonándose delante tuyo, mirándote como a un bicho raro. Ya les vale a toda esa panda, ya les vale.
Se alejaron, los unos y los otros, murmurando, amenazando, mientras tú seguías fuera de ti, sin saber qué hacer, perdido, sin rumbo. Solo, muy solo. Medio llorabas. Entonces me acerqué, y no recuerdo qué te dije, alguna palabra tonta de consuelo, alguna frese semihecha, no recuerdo... Recibí un "¡cállate cabrón". Tajante, directo... Y sincero. Me callé. Permanecí un rato a cierta distancia tuya, observándote encogerte en aquél rincón del aula vacía. Ahí empezaste a soltar más llanto, más, y salió un chorreón de dolor entre lágrimas y suspiros. Sobrecogedor.
Me miraste al cabo de un rato, no sé cuánto tiempo pasó. Seguía ahí, de pie, observando tu pelo revuelto, la ropa sucia... Te sentía cada vez más pequeño, más frágil. Te pregunté si querías que marchara y me dijiste muy bajito: "quédate...". Como un susurro.
Puse mi mano en tu hombro y poco a poco te levantaste. "... imbéciles cabrones hijos de puta...". Te acompañé a la salida del centro. Caminabas lento, casi arrastrando los pies. Doblaste la esquina del insti y volví a mi clase.
Un montón de comentarios, de quejas, de dimes y diretes, por los pasillos. Que si no puede estar aquí, que si qué se ha creído, que habrá que expulsarlo, que si llama a sus padres. Profesores y alumnos, revueltos.
Yo estoy contigo, quiero que lo sepas. Te entiendo, ¿sabes?. No se puede ir por el mundo dando hostias, claro, no es que esté a favor de eso. Pero te entiendo. No tienes de momento otro recurso y utilizas ese.
No eres débil, has mamado fuerza. Pero algo ha pasado en tu vida que te ha hecho acumular un dolor terrible. Y una rabia terrible. Lo sé. Y te provocan a veces, lo sé, de formas muy sutiles. Y la sacas, esa rabia, esa destructividad, siempre que puedes, cuando se te dispara. Y ¡zas!, la armas. Tío, la armas. Y te estás jugando la expulsión.
Estoy contigo, que lo sepas. Tienes tus motivos, aunque te pierden las formas. No sabes utilizar otras. He visto el miedo que ocultas tras esa coraza mal montada de tío duro. Temblabas... Pero es que ¿sabes lo que pasa?, que pocos saben leer eso, muy pocos. Muchos ayudarán a los flojitos, esos a los que les cuesta, o a los que les pegan y no saben devolver... Sí, esos, a los que tú alguna vez también has pegado.
Míralos, les ayudan, despiertan compasión, instinto de protección, algo así. ¿Lo entiendes?. Esos suelen recibir pronta ayuda. Está bien, no digo que no... Pero ¿quién se acerca a ti?. Si los asustas...
¿Quién puede hacer oídos sordos a insultos, a maltratos, a desaires?... Cuesta eso.
Pero, ¿es que no ven que no sabes de otra forma?. Pues no, parece que no lo ven.
Estoy contigo, que lo sepas. Que me la sudó que me llamaras "cabrón", que lo que me querías decir es que te dejara de rollos, que no estabas para eso. Y, mira, me llegó. A lo mejor de otra forma no me llega...
Me gustará acompañarte, ayudarte a canalizar esa rabia, a ir filtrando, a saber comportarte con los demás... Pero sé que es un camino largo. no quiero que te sientas culpable por lo que haces, no sabes de otro modo. Sabrás un día, no lo dudo.
Estoy contigo, ¿sabes?. no has de hacer nada para agradarme.
(Aunque, macho, a ver si controlas un poco, que te juegas la expulsión... )




lunes, 8 de junio de 2015

Nuestras formas de entender pasan por el cuerpo

Cada vez se va sabiendo más de lo que va sucediendo en nuestro cerebro a medida que vamos creciendo, desarrollándonos e interactuando con el entorno en las múltiples experiencias que tenemos, desde las que suceden en el vientre materno a las que van apareciendo tras el nacimiento. Sensaciones de todo tipo van llegándonos y las vamos integrando, primero como forma de mera superviviencia, y poco a poco pudiendo alcanzar interesantes matices diferenciales que nos ayudan a situarnos mejor, a entender más lo que va pasando y cómo hemos de irnos colocando frente a ello.
A medida que vamos teniendo experiencias, las vamos sintiendo, nos van igualmente quedando los mensajes de lo que es peligroso, lo que da seguridad, lo que es divertido... En definitiva, de qué va la vida. Según las primeras experiencias, demasiadas veces el mundo puede quedar resumido en "un espacio del que no se puede fiar uno". Sí, muy pronto aprendemos a ponernos a la defensiva y a desconfiar. No siempre, no en todos los casos, pero sí frecuentemente.
Me ha llegado varias veces la inquietud, desde unos padres que tienen a sus hijos en sus 3, 4 años. Va sobre los "mapas mentales" y "el sistema de creencias". Si se van haciendo la idea del mundo, de los que les rodea, en estas edades, me muestran los padres la preocupación sobre el "montaje" que se pueden hacer sus pequeños de cómo funcionan las cosas.
Cierto que cuando empezamos a poner palabras, se inicia el simbolismo, la imágenes mentales se van arraigando. A los 3, 4 años estamos en un inicio, y el proceso necesita de sus ajustes, sus contrastes y matices.
Por ejemplo, una niña a la que habían asustado con un "¡vendrán los vecinos!", en muchas ocasiones, por hacer ruido, pensó durante mucho tiempo que los vecinos eran seres monstruosos que le podían hacer daño. Invito a que cada uno busque en sus recuerdos, encontrará hechos similares: que se va al médico cuando uno va a morir ("me dijeron que el abuelo había ido al médico, y luego murió"), que hay temporadas en las que no se hace de noche nunca (en verano, cuando los niños se acuestan que aún es de día, y de levantan con luz solar también...), que los microbios son unos bichos malos que se meten por el cuerpo de forma imprevisible y fastidiosa...
Al ir creciendo todo se va situando desde el principio de realidad y la seguridad que va adquiriendo el niño. La seguridad. Ahí quería yo ir. ¿Cómo se adquiere esa seguridad?
Pues primordialmente, esa seguridad queda asentada en los primeros años, sobre todo en el primero. En el período de la identidad biológica.
Cada vez más autores lo señalan, y me uno a ellos. Desde Piaget, llamándolo periódo sensoriomotor, pasando por la vertiente psicocorporal del psicoanálisis que inició Wilhelm Reich, a otros autores y profesionales de la psicomotricidad y técnicas corporales. El primer "yo" es cuerpo.
Y es la posibilidad de ese profundo contacto con la vida que llevamos dentro, que se manifiesta en nosotros, que podemos ir extrapolando a lo vivo que nos rodea, desde lo más sencillo al más complejo sistema. Antes de desarrollar el intelecto, un niño sano puede entender los procesos vitales, conectar con ellos, desde la seguridad con la que se relaciona consigo mismo. La vida tiene una coherencia, un orden, una verdad, que no necesita de grandes explicaciones.
Si a un niño se le ha permitido seguir sus ritmos, si ha podido sentirse acogido y escuchado en sus necesidades, ha ido creando la tranquilidad que le da la gran confianza básica en lo que le rodea. Se le alimentó cuando necesitó, se le dio cobijo, y presencia con cálidas miradas... Tocó miles de flores, observó animales, se miró su piel cuando tuvo una herida, sintió estirarse todo su cuerpo al encaramarse a un árbol... Cualquier situación.
Si ha habido esa primera etapa "preverbal" de base, rica, cálida, estimulante y aseguradora, entrarán las ideas y nos iremos ajustando a ellas, con equivocaciones, con fallos... pero no hay que preocuparse, existen recursos desde el cuerpo que evitan que quedemos atrapados en lo erróneo. Estamos perceptivamente abiertos a la coherencia de la vida.


 Nuestras formas de entender, pues, pasan por el cuerpo.

martes, 26 de mayo de 2015

Ada, Manuela... me habéis roto los esquemas... (¡gracias!)

Ada, Manuela, ahí estáis, habéis llegado. Ada, Manuela, pensé que no era posible y sí ha podido ser. Me resulta casi increíble, no doy crédito, me habéis roto los esquemas. Y me alegro profundamente. ¡Yo pensaba que era incompatible!. No podía ser llegar arriba sin haber trepado, sin haber machacado por el camino, sin haberse labrado a base de golpes, de empujones, una personalidad rígida, fría, distante, calculadora... ¿Cómo si no, se iba a llegar?. Se llega, sí, pero se convierte uno, una, en un ser acorazado hasta las cejas, resabido al máximo. Se entra en otros códigos de comunicación, se cambia la vida, se aleja uno, una, de lo terreno y se convierte en morador de una cima solitaria, en donde apenas cabe nadie más. Y las cosas del mundo, lo del día a día, queda tan lejos... Se ocupan grandes despachos, se deja de ir al súper o al cine, se asiste a rimbombantes reuniones, te invitan a eventos, te asesoran sobre tu imagen, y dejas de ser aquél ser... humano. Ah, pobre de mí, eso pensaba, y era una de mis pocas cosas seguras que tenía. Vaya, vaya, señoras, quién lo iba a decir...
Ahí estábais ayer, en el prime time, acariciando alcaldías de estas dos grandes ciudades... Ahí, las dos, frescas, amables, claras, sencillas y serenas... Tan, tan "normales"...Ahí estáis, atendiendo a los medios, sonriendo victoriosas, alegres, vitales. No sé si cansadas, imagino que sí, pero no lo parecíais...
Y os leo, más allá de las palabras y los discursos, os leo el cuerpo, el gesto, la mirada, la pose, el estar. Bocanadas de aire fresco siento, al veros en el movimiento. Qué bien, qué maravilla, esto es posible. Dos mujeres, dos generaciones, ahí. Con voces honestas, profundas, que dicen lo que sienten, desde la tranquilidad que da la conexión. No el hacer ver, no la imagen, no la mentira.
Vaya... señoras, me habéis roto los esquemas. Ha sido emocionante ver a dónde habéis llegado. Muchas, muchas, muchas gracias. Por estar ahí.


viernes, 22 de mayo de 2015

Querido masoquista...

Querido, querida, masoquista... Aunque no sé si llamarte así porque me harás daño... Ya pasa, ya, es tu forma de funcionar, hacer daño a los que te quieren...
Querido, querida, masoquista, digo... me viene escribirte ésto, quiero desenmascararte... me apetece... me has cansado tanto, confundes tanto, eres tan sutil...Veo tus lamentos, tus llantos desesperados y tus quejas constantes. Lo de la vida como valle de lágrimas es tu máxima y no escatimas momentos para recordarlo, justificándote con mil y una situaciones lamentables. Te observo, en las descripciones de tu día a día gris y terrible, en tus narraciones de las desgracias que te han acontecido, y voy viendo cómo te creces, sí, a medida que lo que explicas se va convirtiendo en terrible... Lo vas convirtiendo tú, por cierto. Y los que te rodean se hacen pequeñitos, se quedan chupados, gastados, flojitos... ¡qué fuerte eres!. He visto cómo, al revés del rey Midas, transformas el oro, lo precioso, en vulgaridad. Tienes ese don... Ya sea un bello paisaje, una velada entre amigos, un baño, una sabrosa comida... Entras tú y lo transformas... se deshace lo que podía parecer una ilusión... ¿lo era?. Estás ahí, buscando cómplices de la maraña que vas creando, enredados en tu victimismo. Te observo, y sí, veo que te creces ante cada nuevo contratiempo: un atasco, una complicada reunión, la enfermedad de tu familiar, la tuya... Te vas creciendo cuando sientes que te hacen daño, algunos, muchos, en los que provocas una gran agresividad. Te hieren, te vapulean, y tú, surgiendo más potente aún, los descolocas, los desarmas, los desesperas... Se te van a enfrentar y ¡zas! los tiras para atrás con tu cara triste, con pose indefensa, tu apariencia frágil e inocente...
Querido, querida... años y años de hacerte daño, de sentirte honrado y crecido, enaltecido y superior a todos los demás. Años y años de soportar estoicamente lo que se te presentara, y de ir a buscarlos en caso de no tenerlos, toda clase de obstáculos y dificultades. Años de ir mirando a los demás por encima del hombro, considerándolos pobres vulgares, que lloran, ríen, sufren y aman, y disfrutan la vida, todo lo que pueden. Tú no, tú no puedes, serías débil, ¿verdad?, ¿qué sería de la energía de la que te alimentas si buscaras el placer?
"yo puedo, yo me machaco, yo seré vuestro esclavo si hace falta, y me nutriré del desprecio, el más absoluto de los desprecios, hacia vosotros... "
Y el mayor desprecio, el más terrible, es sonreír al atacante, es no permitirle la lucha. Es entregarse a la tortura si hace falta ("Santo y mártir", ale, mejor que mejor...)
Míralo, anda, ya toca, míralo, atrévete. Mírate en el espejo y observa el gran sadismo que hay en ti. El sadismo con que te tratas, que no te dejas disfrutar... el sadismo con el que puede que te vayas matando poco a poco, día a día, si no te das cuenta... Estás a tiempo, quizás si puedas, dejar salir a la vida que quiere vivir en ti, de verdad, a la del goce sin más... quizás sí. Y el primer paso, querido, querida, masoquista... mira, ¡mira tu sadismo!








miércoles, 29 de abril de 2015

"Las 50 sombras de Grey" y el sadomasoquismo ( a falta de pan... ¿buenas son tortas?)

Hace un tiempo escribí por aquí acerca de lo que presagiaba esta película, y llevaba a la reflexión a partir de otra, que podía ser su predecesora, la de "9 semanas y media".
Hace ya días que vi "50 sombras de Grey" y hasta ahora no me he puesto a comentar nada, que lo tenía pendiente, por varias razones, y una de ellas es que el film me resbaló. Sí, tal cual, me resbaló y no dejó ni huella prácticamente. Creo que no me emocionó ni una escena. 
De todos modos, hoy rescato el recuerdo escaso que tengo de la película, (porque se sigue hablando de ella y más o menos ha tenido su repercusión), para que nos planteemos juntos acerca del sadismo y el masoquismo. Actitudes, rasgos de carácter, que diríamos desde mi formación psicocorporal de base psicoanalítica. 
Y quiero hablar de ello pensando en los jóvenes de hoy, los chicos y chicas adolescentes, que no llegan a los 20 y que inician sus relaciones, sexo incluido.
Siguiendo con pantallas y medios de comunicación veo que hay una campaña para prevenir la "violencia de género" desde televisión. Una adolescente aconseja a otra que deje a su novio, que la controla contínuamente y la tiene desesperada.
De eso va la película a la que me refiero aquí. Un joven poderoso contacta por casualidad con una jovencita estudiante que va a su casa a entrevistarlo. Se atraen mútuamente, pero lo que parecía el inicio de una relación normal entre dos guapos, se enturbia por los caprichos sexuales de él, que le pone unas condiciones de esclava sexual a la chica. Y ella... se lo piensa y hasta entra al trapo... con sus dudas, su sufrimiento, su ignorancia, su curiosidad. Y prueba... a ver...
En su día leí a Wilhelm Reich y su descripción de los caracteres, y profundicé, porque me pareció muy acertado, su descripción del sadismo y, sobre todo, el masoquismo. Y quiero rescatarlo aquí e invitar a quienes les aperezca a buscar a este autor y reflexionar sobre lo que expresa.
No son formas naturales de manifestar el goce de vivir, ni lo uno ni lo otro. Pero algo se tuerce en nuestra libre pulsión de vida y nos pervertimos, buscando, por supuesto, la vida que quiere vivir en nosotros, (que nos trae la excitación y la dicha), los caminos que sean, que puedan ser, para minifestarse. No nacemos dotados naturalmente de ganas de machacar ni de que nos machaquen. ahí discrepó totalmente W. Reich de su maestro Freud con su instinto de muerte. Y yo estoy totalmente de acuerdo. Eso no está en la base de ningún ser vivo.
Pero se llega ahí. Se disfruta con la destructividad y se disfruta, sí, con el dejar que le peguen a uno, que lo humillen, que lo denigren... En los niveles que sea, desde el más sutil al más escandaloso. Todo, toooodo antes que sucumbir a lo anodino, todo por escapar del no sentir o de la tensión estancada que no se manifiesta. Hay muchas razones que nos llevan a desviarnos del goce natural de vivir y de disfrutar con los demás.
Cuando se nos han cortado los caminos de expresión de una sana sexualidad, de una sensualidad con la que venimos al mundo, resulta que la energía queda estancada en nuestro cuerpo (en el del niño al que han prohibido tocarse los genitales, en el de la niña que la han mirado mal cuando se rozó sensualmente con su amiguita, en el del grupito que jugaba a médicos...). Quedó una fuerza ahí reprimida, que busca salir como sea. En esas circunstancias, y todo muy corporal (no razonamientos), va a suponer una descarga el pegar o que te peguen. Va a ser una forma de movilizar lo que se paralizó. Y ahí se instala la excitación al final, y nos creemos que es genuino y que lo llevamos con nosotros. Si no hay otra manera, ésta ya está bien, dice el cuerpo, ¡al menos siento que estoy vivo!, ¡me excito!. Y dejamos aflorar el goce desde la perversión sin poder conectar con otras formas: "me encanta pegar, disfruto descargando sobre su piel mis latigazos...", o "me derrito cuando noto sus azotes en las nalgas...". Bueno, nos quedamos en eso, qué se le va a hacer... puede que..." A falta de pan, buenas sean... tortas"




domingo, 26 de abril de 2015

¿qué es hacer terapia? (psicoterapia)

Quiero dedicar aquí, hoy, estas líneas, para explicarlo un poco desde mi punto de vista.  Por conversaciones en las que he estado, comentarios que escucho, gente con la que trato, siento que no queda claro ésto de qué es hacer terapia y que en general a las personas les cuesta situarse. Mucho, la verdad.
Estamos en un mundo tan disperso y tan cambiante, con estimulación e información diversa y contradictoria, que vamos recibiendo de un lado y de otro, tratamos de utilizar mínimamente algún criterio, pero nos falta tiempo para poder situarnos bien y filtrar. Separar el grano de la paja es complejo.
Y hablando sobre terapias, sobre psicoterapias, hay mucha confusión, es tanto el desconocimiento y tanto también el abanico de posibilidades que se ofrecen desde el mercado de los charlatanes curalotodo, que me apena que la gente no sepa qué le puede ofrecer y cómo le puede ayudar a vivir más plenamente su día a día.
¿Qué es hacer terapia?. Tal y como yo lo entiendo es entrar en un proceso de autoconocimiento. Llegar a los porqués desde la superfície de apariencia, que es lo primero que ofrecemos las personas, para adentrarnos en los motivos, y los motivos de los motivos, en un camino que lleva a ir quitando capas, una tras otra, para llegar a niveles profundos del ser. Una tras otra, lentamente, respetando el ritmo que marca el cuerpo... en un sendero doloroso, aunque liberador.
Mi enfoque psicocorporal me lleva a trabajar este proceso desde el cuerpo. Porque el cuerpo fue antes que el verbo, en el cuerpo están ancladas sensaciones y emociones primeras. Mucho antes de que madurara el córtex cerebral hemos vivido en nuestro ser, nuestro biosistema, intensas experinecias de placer y dolor. Y han quedado ahí, grabadas en nuestros órganos, y se han manifestado, las dolorosas, a veces en forma de miedos repentinos, angustias que no se explican o molestos síntomas corporales.
Hacer terapia es un viaje en el tiempo, es volver a ese pasado, a esos momentos en los que hubo una herida en nuestro ser, para abordar desde el presente la posibilidad de sanación. El cuerpo sabe, la vida quiere vivir, pero a veces ha sido demasiada la carga y en la defensa por sobrevivir nos hemos creado una coraza protectora que ha sido nuestra arma de doble filo.
Es lo que expuso Wilhelm Reich, creamos nuestro carácter para protegernos de un ambiente que no nos permite desarrollarnos plenamente, y quedamos anclados en él, a su servicio, sin posibilidad de ver más allá, encogidos, metidos en un traje que en un momento dado de la vida, lo sentimos pequeño, nos aprieta... ¡nos ahoga!.
Hacer terapia es recibir en un momento dado de la vida la compañía de otro, una persona que ha vivido también su proceso y que conoce las formas del arte de ir ablandando rigideces. Es poder retroceder y enfrentarnos a lo que tanto tememos, pero ahora con la fuerza que nos ha hecho encontrar esta otra persona que está ahí, y nos dice lo que nos faltó oír en un momento dado: "tú puedes", "tú ahora tienes recursos". Y es cierto. Bajamos a nuestro infierno como algunos llaman, y empezamos a ver de frente nuestros fantasmas. Y tras el escudo protector, surge el ser humano temeroso, deseoso de amor, frágil. Y lloramos, gritamos, sacamos la rabia, para que surja, al final, el ser vivo que desea gozar de la vida.
Es enormemente gratificante contactar con nuestra realidad profunda. La conciencia de esa vulnerabilidad llega a hacer invencible a la persona, que conecta con su núcleo. Y conectar con uno mismo hace también poder ir hacia el otro, de verdad, sin disfraces.
Ese es el camino de la terapia, diferente para cada persona pero con muchos denominadores comunes. La terapia permite que empecemos a tomar las riendas de nuestra vida para una existencia sentida realmente.





lunes, 6 de abril de 2015

BIOFUNCIONAL

Hace ya un tiempo rescaté este término. Esta palabra que habla de vida y de funcionalidad. ¿Se ha escuchado en algún lugar?, ¿se ha leído?, ¿suena de algo a la gente?. Poco, creo que muy poco. Es curioso porque otros términos, quizás hasta más raros y hasta poco pronunciables, sí empiezan a tener un hueco en las conversaciones, y los vamos incorporando con cierta familiaridad. Ummm, iba a poner algunos ejemplos, pero me he frenado, no me apetece.
El caso es que éste sí que quiero desde aquí destacarlo y hablar un poco de él, de su historia. "Biofuncional". Yo lo he empezado a emplear en mis talleres de movimiento y expresión, esos que han tomado matices de erotismo, como no ha podido ser de otro modo, de danza, por supuesto, y de organicidad. Esos talleres que siento que salen naturalmente de mí, por mi vida, por lo que he recibido y hasta mamado.
Mi particular enfoque, con los mediadores que he aprendido a utilizar, ya sean pañuelos, máscaras, bombines o luces, me viene como resultado de mi trayecto. Como si fuera el curso de un río, mi vida me ha llevado a crear estos talleres, y llevar estos grupos de gente que se va acercando, se va interesando, y entra, poco a poco, en la harmonía de movimientos muy vivos, que salen de dentro, que no atienden a estéticas. Desde estar con uno mismo, vamos buscando al grupo, siguiendo el ritmo que nace en cada cual, y una vez en el grupo, vamos notándonos reconocidos y entrando en dinámicas muy particulares de expresión. El ambiente lo permite, lleva a soltarse y a dejar que vaya el cuerpo por delante de nosotros, que nos sorprenda...
Mi querido colega Helder Vera, allá por los tiempos de formación que compartimos en Valencia, compartió también conmigo su dedicación a la danza biofuncional, como él llamó. A su estilo, el mismo enfoque, dejar que la vida vaya apareciendo en el ser humano, que vaya vitalizándose el cuerpo buscando el placer de moverse. Término éste, biofuncional, que empleó Wilhelm Reich para referirse a eso, a lo que es útil para la vida, lo que nos va bien, lo que nos energetiza. Helder, con su procedencia, con su historia, hizo en su momento (y si no hace ahora le animo encarecidamente a que siga en ello) sus ricas propuestas de danzas tribales, rotundas, (recuerdo), fascinantes... México en estado puro.
Lo mío lo recojo de mis juegos familiares de niña, de hija de inmigrantes en una tierra en la que se empezaba  de nuevo y había prósperos horizontes... lo mío viene, lo sé, de mujeres sencillas que iban a lavar al río y hacían una fiesta... y manteaban a sus pequeños y jugaban a la gallina ciega a veces, o a la silla con canciones... lo mío tiene tintes andaluces. Luego he añadido barnices, y formación, y ahora en concreto estoy encantada y vibro con el movimiento orgánico de Alfa Institut.
En cualquier caso, se trata de ayudar a que la vida viva en nosotros. Como me ha dicho Helder hace poco:



¡Biofuncionemos!. Es una invitación.

(foto tomada en uno de los últimos talleres, en Manantial de Luz, Barcelona)

domingo, 29 de marzo de 2015

el reconocimiento

Nos movemos en un mar de relaciones, entablamos amistades, amoríos, encuentros... Vamos buscando a los demás porque somos seres sociables y el grupo, el otro, nos nutre. Nos apetece compartir, estar un rato juntos, explicar de nuestra vida, quejarnos de esto o de lo otro, explicar lo bien que nos fue en el trabajo, el partido, la cita... Nos gusta encontrarnos con las otras miradas, cruzarnos con unos ojos que nos miran, que se posan en nosotros con interés.
Nos apetece llegar a los sitios y que con nuestro "hola!" los demás se giren y saluden a su vez, que si tendemos la mano, la mano del otro corra hacia ese encuentro y se estrechen... Y que encontremos la mejilla que vamos a besar... Que el de la charcutería nos pregunte si el jamón como siempre y el del bar al vernos entrar ya empiece a preparar ese café que queremos...
Los otros nos arropan, nos cobijan, nos dan identidad, sí. Así empieza a ser desde que somos cachorritos humanos. La manada nos ha de dar reconocimiento. Sin los otros no somos, sin los demás que se dirijan a nosotros, que nos den a entender que saben lo que queremos, de nuestros gustos y disgustos, sin ellos, morimos un poco, nos desdibujados y algo, sí, desaparecemos...
Pero, nos saben ver los demás?, sabemos verlos a ellos?. Actualmente, muy poco... Os invito a observar conversaciones, cualquiera de ellas. Demasiadas veces parece un grupo de personas cada una con su monólogo, un juego paralelo de palabras que sólo aparentemente se cruzan, mensajes que no llegan, códigos diferentes. Demasiadas veces en vez de encontrarnos nos desencontramos, entramos en circuitos cerrados de energía en los que el mensaje revolotea por nosotros sin ser en absoluto proyectado. En medio de los otros nos sentimos solos e incomprendidos.
Hace muy poco me ha llegado un comentario de una amiga. Hablaba de lo que destacaba de un amigo suyo del alma: "me ha sabido ver". Qué maravilla poder hacer eso... Saber ver al otro. De verdad!. Saberlo ver. Entraríamos en unas relaciones de una calidad impresionante, sintiéndonos reconocidos.



domingo, 22 de febrero de 2015

¿qué son los límites?


Hablamos mucho de los límites hoy día, muchos colegas míos (y aprovecho para destacar un artículo de Juliana Vieira en relación a ello, en su blog), se refieren a ello, hablan, comentan, debaten... Es el tema estrella de las escuelas de padres y las charlas varias divulgativas de los psicólogos y educadores. Los límites.
"Hay que ponerles límites", "hay que educar en los límites", "está así porque nunca le pusieron un límite"...
Y cuando hablo en las reuniones con padres, y sacamos el tema, y la palabra en concreto, cuando invito que se dejen sentir qué les evoca, qué connotaciones tiene para ellos, me dicen en general que les sugiere algo que no pueden hacer, una frontera que no se puede traspasar, una imposición, una traba, una incapacidad. Sí, alguien "limitado" es alguien corto, que no llega, que no puede desarrollarse. Partimos pues de sensaciones negativas con esto de los límites, por tanto, no me parece extraño que nos cueste tanto aplicarlos a nuestros hijos. Si aunque pensemos que son "buenos", nos viene a la cabeza (y al sentir) que no estamos dejándolos crecer...
Os invito a tomar la imagen de una baranda, una cómoda baranda en la que nos apoyamos para ver un precioso paisaje, marítimo, por ejemplo. Una baranda. Esa baranda está construida y enclavada en una bonita zona de acantilado que da al mar. Al verla, nos sentimos aliviados y agradecidos, porque sin ella no nos hubiésemos atrevido a acercarnos tanto para ver desde lo alto cómo las olas rompen contra las rocas. Y es hermoso contemplarlo. Cómodamente apoyados, observamos a gusto y seguros. ¿Es un límite?. Sí. ¿Nos da confort?. También.
Volved a vuestros hijos y con esta imagen. Ellos necesitan esa baranda, necesitan de nosotros la construcción de esa seguridad para moverse tranquilos en la vida. Se necesita estar muy confiado para crecer, extremadamente seguro para poder desarrollar las conexiones neuronales saludables, para crecer con un sano equilibrio del sistema nervioso, en el que el parasimpático (relax) y el simpático (alarma), se van complementando en el continuo pulsar.
Los límites que les hemos de ir mostrando en la educación son eso, esas contenciones que les marcan el terreno seguro para que se muevan a gusto en él, con la tranquilidad de que no van a caer. "Los papás saben". Y como saben, marcan una estructura, no rígida, pero sí sólida. Y son coherentes, y han formado un hogar en el que se está bien, en el que los roles se establecen, en donde cada miembro tiene su lugar y es reconocido. Cada familia, desde ahí, puede encontrar su estilo, su modo de hacer.






viernes, 20 de febrero de 2015

¿Cómo educar a nuestros hijos?









¿CÓMO EDUCAMOS?
Punto uno: sepamos verlos...


Hay varias maneras de acompañar a nuestros hijos. Podemos ser permisivos, tomar la opción de dejarles hacer de todo, o bien ser autoritarios, y marcarles firmemente lo que han de hacer y lo que no... Tenemos entre medio muchas maneras de hacer, un abanico de posibilidades, que van de uno a otro polo de ésta imaginaria línea. Los abuelos de hoy, mujeres y hombres entre los 60, 70 años, en general actuaron de forma rígida con sus hijos (que hoy tienen entre 40 y 50...). Eso sí, como ellos decían en su momento, nada que ver con lo que hicieron sus padres con ellos, que en muchos casos les obligaban a llamarles de "usted" y a la mínima sacaban la vara o la zapatilla. Vaya... Sin embargo,  muchos de esta generación de 40, 50 se pasó al extremo de permitir todo o casi todo a sus hijos. Que se laven si quieren, que vengan a comer, o no... que estudien lo que quieran y si no quieren pues no, les dejaremos escoger la hora de levantarse, la hora de irse a dormir, la ropa que se ponen... Trataremos que tengan los juguetes que deseen, que puedan ser felices, y el cole... bueno, las notas no es en absoluto importante... Y ahora esos hijos, los de 30 y 30 y tantos, se quejan muchos de lo poco que sus padres se preocuparon por ellos, de lo poco que los marcaron. Y con sus peques: habrá que poner límites, no vamos a dejarles que hagan lo que quieran... ¿o sí?, ¿en qué momento?, ¿cuando?... Péndulos, que van y vienen, que serpentean a veces, que se detienen, que corren... péndulos caprichosos e irregulares que vamos siguiendo. Y siempre, siempre, la cierta insatisfacción, el sentir vago de que nada de lo que hagamos está del todo bien hecho. Una tremenda confusión nos ronda a la hora de abordar el tema de cómo educamos a nuestros hijos.
Pero ¡habrá que posicionarse!. Algo habrá que hacer, no vamos a renunciar a ser protagonistas de nuestra vida y a acompañar a los nuestros en su camino a la madurez...
Os invito a verlos a ellos, a los pequeños, ya desde bebés. Verlos. De verdad. Porque viéndolos, ellos nos van a ayudar en nuestros puntos ciegos. Sin necesidad de grandes estudios, sin tenerse que empapar de los últimos best sellers sobre educación. Ellos, los pequeños de la casa, nos pueden trazar líneas a seguir si sabemos verlas. ¡Claro que sí que vienen con su particular manual de instrucciones!. Sólo falta parar un poco y dejarse sentir. Sentir desde la empatía, sentir el desgarro de un bebé separado de su madre al nacer, sentir el desespero de la separación cuando lo dejamos en la guardería, sentir el dolor de la humillación de la que fue objeto cuando se escapó un pipí, Sentir, sí, sigamos, cómo lo aturdimos con tanto regalo de reyes, y cómo lo descolocamos (y son prácticas que atentan contra los derechos humanos) cuando lo disfrazamos en carnavales de algo que nos viene en gana cuando ni entiende, ni toca, ni puede de ninguna manera ser partícipe de lo que sucede...
Luego vienen otros momentos y otras edades, pero ahora aquí, me quiero centrar en estos primeros años e invitaros a verlos, a los pequeños, en sus múltiples situaciones. Si entramos en empatía con ellos, vamos, seguro, a saber acompañarlos. Porque nos acercaremos desde el "te entiendo". Y así abordaremos las situaciones que se vayan presentando. Sólo así, esas maneras de acompañar a nuestros hijos se reducen a una: acompañar desde la empatía. "Yo te entiendo".

lunes, 16 de febrero de 2015

modelos educativos



¿CÓMO EDUCAMOS?
Punto uno: sepamos verlos...


Hay varias maneras de acompañar a nuestros hijos. Podemos ser permisivos, tomar la opción de dejarles hacer de todo, o bien ser autoritarios, y marcarles firmemente lo que han de hacer y lo que no... Tenemos entre medio muchas maneras de hacer, un abanico de posibilidades, que van de uno a otro polo de ésta imaginaria línea. Los abuelos de hoy, mujeres y hombres entre los 60, 70 años, en general actuaron de forma rígida con sus hijos (que hoy tienen entre 40 y 50...). Eso sí, como ellos decían en su momento, nada que ver con lo que hicieron sus padres con ellos, que en muchos casos les obligaban a llamarles de "usted" y a la mínima sacaban la vara o la zapatilla. Vaya... Sin embargo,  muchos de esta generación de 40, 50 se pasó al extremo de permitir todo o casi todo a sus hijos. Que se laven si quieren, que vengan a comer, o no... que estudien lo que quieran y si no quieren pues no, les dejaremos escoger la hora de levantarse, la hora de irse a dormir, la ropa que se ponen... Trataremos que tengan los juguetes que deseen, que puedan ser felices, y el cole... bueno, las notas no es en absoluto importante... Y ahora esos hijos, los de 30 y 30 y tantos, se quejan muchos de lo poco que sus padres se preocuparon por ellos, de lo poco que los marcaron. Y con sus peques: habrá que poner límites, no vamos a dejarles que hagan lo que quieran... ¿o sí?, ¿en qué momento?, ¿cuando?... Péndulos, que van y vienen, que serpentean a veces, que se detienen, que corren... péndulos caprichosos e irregulares que vamos siguiendo. Y siempre, siempre, la cierta insatisfacción, el sentir vago de que nada de lo que hagamos está del todo bien hecho. Una tremenda confusión nos ronda a la hora de abordar el tema de cómo educamos a nuestros hijos.
Pero ¡habrá que posicionarse!. Algo habrá que hacer, no vamos a renunciar a ser protagonistas de nuestra vida y a acompañar a los nuestros en su camino a la madurez...
Os invito a verlos a ellos, a los pequeños, ya desde bebés. Verlos. De verdad. Porque viéndolos, ellos nos van a ayudar en nuestros puntos ciegos. Sin necesidad de grandes estudios, sin tenerse que empapar de los últimos best sellers sobre educación. Ellos, los pequeños de la casa, nos pueden trazar líneas a seguir si sabemos verlas. ¡Claro que sí que vienen con su particular manual de instrucciones!. Sólo falta parar un poco y dejarse sentir. Sentir desde la empatía, sentir el desgarro de un bebé separado de su madre al nacer, sentir el desespero de la separación cuando lo dejamos en la guardería, sentir el dolor de la humillación de la que fue objeto cuando se escapó un pipí, Sentir, sí, sigamos, cómo lo aturdimos con tanto regalo de reyes, y cómo lo descolocamos (y son prácticas que atentan contra los derechos humanos) cuando lo disfrazamos en carnavales de algo que nos viene en gana cuando ni entiende, ni toca, ni puede de ninguna manera ser partícipe de lo que sucede...
Luego vienen otros momentos y otras edades, pero ahora aquí, me quiero centrar en estos primeros años e invitaros a verlos, a los pequeños, en sus múltiples situaciones. Si entramos en empatía con ellos, vamos, seguro, a saber acompañarlos. Porque nos acercaremos desde el "te entiendo". Y así abordaremos las situaciones que se vayan presentando. Sólo así, esas maneras de acompañar a nuestros hijos se reducen a una: acompañar desde la empatía. "Yo te entiendo".

domingo, 15 de febrero de 2015

sombras de Grey y "la pertenencia"


Quería hace tiempo hablar del sentido de pertenencia y de los problemas que puede tener la carencia del mismo. Los problemas y la terribles confusiones que puede crear. Me llega esa idea, ese sentir, y le doy vueltas a ello. Me lo hace ver una persona muy cercana y es uno de esos regalos de la vida, una de esas perlas que de vez en cuando recibo de otro. Y da mucho de sí.

No solemos tener nadie el sentido de pertenencia como saludablemente deberíamos. Y no lo hemos podido tener porque la primera relación simbiótica, nuestra primera pareja, la persona con la que iniciamos nuestro primer diálogo piel con piel, mirada con mirada, olor con olor... esa, no supo recogernos como cachorro humano que fuimos, lamernos, acariciarnos, acurrucarnos... poseernos. A ella pertenecimos, pero empezó a sentirnos "aliens", ajenos, antes de que empezásemos a entrar en nuestra propia identidad. Algo así decía María Montero-Ríos en su "Saltando las olas", el "otro" o "la otra" mejor dicho, empieza a alejarse de nosotros cuando aún no nos sentimos diferenciados de ella. Esto está siendo así demasiado frecuentemente. Y algo se torció ahí, algo no terminamos de integrar de forma suficientemente saludable.
Pertenecer a otro... no sabemos qué es eso. Quizás nos quedan algunos ramalazos, reminiscencias corporales, porque sí, algo nos debió quedar cuando estuvimos dentro de ella, cuando nos recogió y su mirada y su tacto nos devolvió a nuestro cuerpo y a nuestra identidad. Pero fue tan poco... tan escaso... tan mísero ese contacto...
Y vienen las "50 Sombras de Grey", que no he leído, que no he visto (aún), pero de tantos comentarios en la red, veo que va de eso. Una chica poseída por el hombre... También le pasó así a Kim Bassinger en sus "nueve semanas y media". Y vaya tirón que tuvo el film, como tiene y va a tener éste de ahora. Y veo que se malentiende lo de pertenecer. Ser de otro, sentirse parte de él, no es ser su esclavo ni de su propiedad. Es algo que emerge de un sentimiento profundo de respeto y unión empática y amorosa fortísima. Nada que ver con la posesión enfermiza y dominio de uno sobre otro, en el que uno es sádico, el otro, masoquista. ¿Es esa la relación mantenida en la película de moda?. no lo sé, no la he visto.























jueves, 8 de enero de 2015

la culpa

Es algo que llevamos tan dentro nuestro, nos limita tanto y nos hace tanto daño que, en estos días en los que tan recientemente hemos tenido "la visita de sus majestades los Reyes Magos" quiero hablar de ello y llevarlo a la reflexión. El tema de la culpa, sí.
No nacemos con la culpa (aunque bien se encargó la Iglesia Católica de hacerlo creer así), venimos al mundo limpitos y llenos de vida que quiere pulsar en nosotros. Tenemos unas necesidades biológicas que han de irse cubriendo por nuestro entorno más inmediato (la madre a ser posible), y vamos evolucionando, a trancas y barrancas, con trabas que se van poniendo en nuestro ritmo natural de crecimiento, compensando, recomponiéndonos, encogiéndonos muchas veces, expandiéndonos las menos.
Entrada la edad de cierto entendimiento se empieza a oír "te has portado bien", "te has portado mal", "es una niña muy buena", "qué malo es"... Y en nuestros 2 o 3 años, la edad de lo contrastado, del blanco o negro, empezamos a sentir profundamente la culpa. Si algo no hemos hecho bien es que somos malos, no dignos de amor. Da igual que no lo hayan dicho los adultos directamente, de forma sutil percibimos miradas que desaprueban, que desacreditan y... ridiculizan. 
Como niñas o niños entramos en la complacencia porque queremos ser queridos, tenidos en cuenta. Y nos sentimos fatal cuando recibimos algún mensaje negativo que nos conecta con "soy malo". Y, claro, las pulsiones de rabia, de agresividad varia, van quedándose dentro, sin poder salir, cada vez más guardadas, arrinconadas, para ser el niño o niña perfecto, el hiperadaptado, 
Escribo ésto tras haber visto la carita de circunstancias de un niño de unos 6 años, cuando le preguntaron si se había portado bien (por lo de los regalos de Reyes, sí), y el niño, inseguro y avergonzado, respondió flojito: "regular...". ¿Qué sentiría que había hecho?. Qué soledad tan grande y ¿qué culpa era esa?... 




martes, 6 de enero de 2015

Aprendizaje puro

De niños lo hicimos bastante, y algunos afortunados, mucho. Aprender de forma pura, digo. Nos topábamos con situaciones que nos llamaban la atención y ahí nos adentrábamos, sea cual fuera la circunstancia. Sentíamos curiosidad por lo que nos rodeaba y queríamos indagar, acercarnos y empaparnos de ello. Podía ser cualquier cosa. Desmontábamos el boli para ver qué piezas lo componían, ayudábamos a nuestra madre mezclar ingredientes en un bol grande para hacer una masa que iba al horno y salía bizcocho... Una vez monté un columpio con unas amigas, otra descubrí la forma de dibujar copiando de unos tebeos que me encantaban... Y así, como otros muchos, aprendí a ir en bici y aprendí a patinar. Totalmente entregada, como mis compis, a la tarea de guardar el equilibrio y comprobar que eso funcionaba, que ganaba seguridad, y... velocidad!. Era yo, eramos nosotros, aprendiendo. No hacía falta cursos ni talleres "ad hoc". A nuestro ritmo, porque era impensable de otra manera, íbamos asimilando conocimientos, entendiendo las cosas.

El otro día, mantuve con algunas de mis colegas una reunión para compartir entre profesionales, algo así como una supervisión de casos, coordinada por Pep Badell. Ha sido un grupo que se ha formado de forma espontánea porque queremos seguir aprendiendo. Y queremos seguir aprendiendo en este caso, a partir de lo que nos cuenta ese señor. No otra ni otro, ese. No es una escuela, ni es una formación, ni ofrece títulos ni hay temario preestablecido. Somos un grupo de profesionales terapeutas que nos reunimos y hablamos, compartimos y escuchamos de la experiencia del que podemos llamar nuestro coordinador. No vamos a obtener ningún certificado ni nos avala ninguna universidad ni "centro del saber" alguno.

En estos tiempos tan enlatados y archiestructurados, eso, eso es tan raro... Y me siento agradecida, tremendamente afortunada. Por estar ahí, por recibir de Brenda, de Consuelo, de Laura, de Pilar... por sentir que les aportaba, por poder exponer mis miedos, mis dudas y mis logros... por haber podido adentrarnos junto con Pep, en la espesura del alma y del cuerpo. Indagamos acerca de la vida, que como decía él, quiere vivir en nosotros, de la forma que sea. Esa vida que queremos potenciar en nuestros pacientes, de las formas posibles y cada uno en su estilo. Una y otra vez preguntábamos y nos planteábamos cuestiones cruciales, de nuestras propias vidas, del sentir de aquellos a los que acompañamos. No había disfraces ni intención de aparentar lo que no eramos, ahí estábamos frágiles a veces, enfadadas, dubitativas, tristes, confusas, divertidas también, . Qué alejado de ésto quedan los congresos, las grandes conferencias, las presentaciones de libros, la rimbombante parafernalia del mundo profesional...

Desde aquí, reivindico este tipo de reuniones, esta forma de pulsar. Y fue aprendizaje puro, como lo seguirá siendo.