domingo, 11 de febrero de 2018

su tiempo...

movimiento y expresión

Rescatamos estas palabras del Eclesiastes:
"Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora.
Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado;
tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar;
tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar;
tiempo de esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazar;
tiempo de buscar, y tiempo de perder; tiempo de guardar, y tiempo de desechar;
tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar;
tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz..."

Un tiempo para parar, 
y otro para seguir
y un tiempo para el todo, 
y otro para la nada
Y vivir el todo
¡Y vivir la nada!
¡Y estarse ahí!

Todo, sí, tiene su tiempo. Y un tiempo hay para cada cosa, para cada estado, para cada forma. Un tiempo para la expansión, para el afuera, para mostrarse. Miradas de los otros, ritmos conjuntos, tempos comunes, encuentros y desencuentros, interacciones múltiples, extremidades abiertas, manos que alcanzan, sonidos fuertes. Empujones, abrazos, caricias y agarres.
Otro tiempo hay, que invita a recogerse, doblarse sobre uno mismo, cubrirse y permanecer ahí. Con sus luces y sombras, las de cada uno. Con la mirada para adentro, sintiendo el pulsar, el latido, un retorcerse, un suspiro, un recuerdo, una impronta de amargura, un rastro de caricias que fueron. Sentir el calor y el frío, que generamos, que sale del interior nuestro. 
Hay un tiempo de coger carrerilla, y lanzarse, vivir el vértigo. Ir al mundo y comérselo, tragarlo sin piedad o escupirlo si hace falta. Agarrar trozos de vida, con descaro, sin miramiento. Y empacharse, emborracharse, aturdirse y perderse en el exceso. Gritar fuerte, disonantes, sentirse a la contra de todo, disarmónicos, irritantes, desafinados, desafiantes.
Y un tiempo de comodidad, entrando en esa especie de inercia que hace tan fluido el trayecto, nos adormecemos en ese suave vaivén que de repente se puede convertir la vida, nos abandonanos a él. Ojos entornados, flojitos los brazos, piernas con caminar lento...
Otro tiempo hay, también, para parar. Sentir lo estático mientras pasan a nuestro lado. Molestar incluso a los que vienen detrás. Parar y mirar lo que nos envuelve. Sentir la vida pulsando, y ver que nos miran, y que nos requieren, y que nos tienden, inquietos, la mano. Y darnos el permiso de no acudir a las llamadas. Notar el suelo bajo los pies, notar los apoyos, abandonarnos al sueño.
Un tiempo hay, para todo. Aunque parezca que hay estados tildados de tabú, caminos que no debemos transitar, para no perder... ¡el tiempo!. Parece que nos obligan a instalarnos en unas formas de vida, unas maneras de ser y de estar. Y que no contemplemos otras, que ni nos asomemos a ellas. Vamos viviendo la vida, instalados en modos de hacer, gastando nuestros días de una manera concreta, ahogando atisbos del sentir muchas veces, "porque ahora no toca". Una pena que quiere asomar, un ramalazo de alegría, un llanto que se atasca en la garganta, una mirada de odio que de repente, culpables, borramos. 
¿Por qué no?, ¿por qué no dejar salir y acontecer en su tiempo, que es nuestro tiempo, lo que por naturaleza aparecería?, ¿por qué no escuchamos nuestro ritmo?.
Un tiempo hay, para todo. Y hasta hay tiempo para nada.

EQUIPO FLAMENCURA

Fotografía: Jacqueline Blanco




domingo, 18 de junio de 2017

tacto, manos

TACTO, MANOS

Las he sentido en mí, he seguido esa invitación a habitarme, y en ello estoy. Me siento, me noto. Voy desplazando mis manos por el cuerpo, como exploradoras en terrenos que redescubro. Y me llevan al cuello, ahí detrás, ahí se apoyan y se hunden. Duele un poco, y al rato placer.

Ahí empieza mi espalda. Ahí siento la presión del aguante, la rigidez que no sabía, el malestar que no notaba. Ahí. Y se paran un poco, esas manos. Siento su calor, y el frío. Manos calientes tocando ese inicio de espalda, casi helado. Manos que me apetecen, y las dejo ahí, que se estén, que apacigüen, que calmen.

Me alivio. Siguen ellas, casi autónomas y sorprendiendo. Y transitan a sus anchas por mi espalda, que se deja, que se abandona. Qué rareza, ese abandonarme a mí misma, como dos yos, como disociada. Eso es. Manos, activas, cuello, hombros, espalda, que las reciben. Y cuando imagino que van a seguir por el pecho, por los brazos, como yo quiero... en un ¡zas!, me las encuentro en la cara.

¿por qué?, ¿qué hago?. Las manos me tapan los ojos, con fuerza. Siento los dedos ahí hundidos, las palmas invitando a dejarse caer en ellas. Y ese gesto, ese gesto, en el que me quedo, en el que permanezco, no sé cuanto tiempo, me lleva un cierto ahogo. Y algo, un impulso, nacido en la garganta, me hace dar un grito. Ese grito, lo siento así, parece haber liberado alguna cosa que tenía ahí prisionera, como ramas que impiden el recorrido del cauce de un río. Brotan lágrimas en mis ojos. Las he querido frenar, pero qué tontería, ¡que salgan!. Y salen, ya lo creo, salen a borbotones. Salen y quiero gritar más. Y puedo hacerlo, ¡puedo!.

los dedos llegan a la frente, y tiran para atrás el pelo, entro en el cuero cabelludo y vuelvo a presionar de forma agradablemente fuerte. Me siento en mí. Mi grito es sonido armónico, mi grito, ahora, es cante.

Mis manos se encuentran. Empiezan a palmear.









 


sábado, 6 de mayo de 2017

Quietud (iniciando una sesión de Flamencura, flamenco-terapia)

Tras la inspección de rigor, para situarse visualmente y con todos los sentidos, con ese rato de pasear y notar el cuerpo, así, por encima, como un rápido escáner, los he invitado a buscar un lugar se la sala y situarse ahí, quietos, en la postura que apeteciera. Esa ha sido la consigna en este momento.
A parar.
Parar cuando se viene a un taller de movimiento y expresión, sí. Hemos empezado con esa invitación a parar. Paro para sentirme, paro para ver qué sucede cuando me topo con el silencio. Paro.
A mí me ha costado tanto, me sigue costando tanto!. He sentido tantas veces mi cuerpo irse de mí!, mejor dicho, irme yo de mi cuerpo.  He sentido cómo mis extremidades se deshacían en aspamientos, mis piernas se movían, y los brazos, y las manos. y toda yo, en expresiones desconectadas. Más o menos adecuadas a la situación, más o menos rítmicas, más o menos engañada por mí misma, creyéndome que expresaba, que estaba dejándome, que estaba soltando. ¿Soltando?. Tras muchos años de tránsito por el camino del análisis personal, voy descubriendo que hay algo inmóvil ahí, algo que no quiero que se inmute, que permanece protegido por fuertes corazas que lo defienden contra viento y marea. Y conectar con ese algo, he visto, se hace a fuerza de silencios, a fuerza de eliminar las prisas y los referentes inmediatos. Conectar con ese algo, sí, se consigue caminando hacia la quietud. Y verdaderamente es cuando nace el movimiento de verdad, el movimiento orgánico, el movimiento vivo. Ese que surge de la armonía que acompaña a todos los procesos saludables de la vida.
Podremos más o menos, estaremos más o menos predispuestos, pero cada invitación a parar es una oportunidad, un camino hacia esa puerta que nos va a llevar ahí dentro.
Por eso los he llamado a estar en ellos, y cada uno ha ido a un lugar, el suyo, el que le ha parecido, y se ha dejado en la postura que su cuerpo ha convenido. Veo cómo esa postura cambia a medida que pasa un rato, y me alegra que así sea. Percibo una búsqueda real de ese "estar como me apetece estar". Silencio. Silencio todavía, silencio aún.
Quietud. Nos escuchamos respirar, el roce sutil con el suelo, un carraspeo, un recolocarse, un suspiro, A veces alguna muestra de sorpresa, algún malestar.
Quietud. Y cada uno va entrando dentro suyo, hasta donde puede, hasta donde se permite. Desde ahí vamos a partir, ese es el punto.
Los veo, los vemos, esos cuerpos empiezan a ser más ellos. Son hermosos.
En el silencio de la sala, respetuoso, sereno, potente y contenedor, empieza a escucharse el ritmo del cajón flamenco.
Vendrán más ritmos, y temas que hemos preparado, y otras dinámicas. Reiremos, lloraremos, transitaremos por emociones, ocuparemos espacios y tiempos, nos empaparemos del cante flamenco, de la potencia de sus variados palos. Cada sesión diferente en este proyecto Flamencura, de flamenco-terapia.




 Los movimientos, cada uno los suyos, han ampezado a nacer de ahí, de la quietud.
¡va por vosotros!

lunes, 25 de julio de 2016

El flamenco y el crecimiento personal, de la mano



FLAMENCURA

Flamenco-terapia para el desarrollo personal.

Presentación. La esencia

El flamenco y el crecimiento personal, de la mano

El destino nos hizo encontrarnos en la vida y se cruzaron nuestras trayectorias vitales y profesionales. Así nació este proyecto.


Un músico percusionista se topa con una psicóloga psicocorporal de orientación reichiana. Proceden de mundos profesionales aparentemente dispares, el mundo artístico, los escenarios, los tablaos, por un lado; del otro, el diván, la sala de dinámicas de grupo. Dos caminos aparentemente tan distintos se encuentran. Y convergen. Nace un intercambio. Se dan cuenta de que les mueve lo mismo, exactamente lo mismo: ¡ayudar a la gente!
“quiero emocionar, quiero que a la gente de a su alma la fuerza del flamenco”
“me gusta el flamenco, salvaje, sin ataduras, sin imposiciones”
“me siento en plena madurez personal y profesional, quiero transmitir”
“me doy cuenta de la importancia de conectar con nuestras emociones más profundas…”
Empiezan a acariciar la materialización de un deseo, una idea que les rondaba de hacía ya tiempo, sin forma definida, sin pulir, pero poderosa:

utilizar la fuerza del flamenco para ayudar.
 Hacer aflorar la expresión, aliviar tensiones y vitalizar.

Jesús López, percusionista, lleva toda una vida de entrega al público, saboreando experiencias intensas en los tablaos, los escenarios, la diversas salas en las que ha actuado, viendo cómo desde la autenticidad que ofrece mueve el sentir de los presentes.


Su flamenco, al que califica de “salvaje”, “sin aditivos”, es verdaderamente puro. Su hacer muestra la esencia de un cante y un ritmo que nació en el pueblo como forma expresiva sin más, con el único fin de dejar salir emociones y sentirse mejor con uno mismo, para llegar a una liberación personal y grupal también. Una vieja gitana decía  “cuando canto, mi boca sabe a sangre”.  










Por su parte, Encarna Leiva, a partir de su especialización en terapia reichiana, trabajando la expresión de emociones con el cuerpo, ha ido acercándose a los mediadores artísticos, y en concreto, a la danza, como formas de acompañar al crecimiento personal y la expansión vital. Tras asistir a una clase de cante y baile flamenco, de Andrés Cabrales,  se le abre a un nuevo mundo que, dicho sea de paso, la hace conectar con sus raíces andaluzas.
A partir de aquí se inicia un proceso de estructuración y materialización, y aquí os lo empezamos a ofrecer.


Un poco sobre terapia…
Terapia psicocorporal
El “yo” primero es cuerpo. Todas las emociones se fraguan en el cuerpo y habitan en él. Podemos decir que históricamente el precursor de las múltiples terapias corporales que actualmente conocemos, fue Wilhelm Reich, dicípulo directo de Freud. Tras darse cuenta de que era mucho más importante el cómo decía las cosas el paciente que el qué decía en sí, inició su propia línea de investigación que lo llevó a desarrollar todo un paradigma. Sin extendernos demasiado, diremos que hablaba de la potencialidad pulsátil del ser humano, que se va acorazando y debilitando a partir de una serie de trabas en el proceso evolutivo. Para devolver al cuerpo la vitalidad perdida, con la capacidad perceptiva y de contacto que ello conlleva, estableció todo un trabajo de desbloqueo actuando con el cuerpo. La sistemática que aplicó llevaba un orden coherente, de cabeza a pies (céfalo-caudal), y pasaba por los diferentes segmentos corporales hasta llegar a la pelvis.




Segmentos corporales
Brevemente los citamos:
·         Segmento ocular. Ojos, nariz y oídos. Es el asiento del contacto a distancia y de las áreas de integración
·         Segmento oral. Boca, mandíbula y anexos. Se relaciona con el acceso al placer oral.
·         Segmento cervical. Cuello, tórax alto, brazos. Elementos pregenitales, se relacionan con el narcisismo.
·         Segmento torácico. Donde se asienta la identidad biológica, inmunitaria, la diferencia yo-no yo.
·         Segmento diafragmático. El diafragma es una bomba impulsiva que participa en la respiración, circulación, digestión, fonación. Su bloqueo se relaciona con el masoquismo.
·         Segmento abdominal. Comprende músculos abdominales, paravertebrales y vísceras. La funcionalidad de este segmento es la absorción energética, eliminación de residuos, y depuración del medio interno. Es el pasaje a la genitalidad.
·         Segmento pélvico. Incluye la pelvis como estructura ósea, la musculatura del suelo pélvico y las piernas. Una buena carga energética aquí nos lleva a estar bien asentados para “ir hacia” el mundo y relacionarnos desde la seguridad, de forma saludable.

El proceso terapéutico (desde la orientación reichiana)
Desde el nacimiento, e incluso en la vida intrauterina, por las circunstancias de la vida, podemos sufrir un proceso de contracción vital que nos hace perder energía, nos quita parte de la pulsación expansiva,  el goce de vivir. La terapia, incidiendo sobre los segmentos corporales a partir de “actings” neuromusculares que nos conectan con nuestra historia, produce cierto ablandamiento de la coraza, llevando de nuevo al cuerpo a un más fluido funcionamiento.



Mediadores artísticos
Nos ayudamos de herramientas convergentes, de diversos campos, para nuestro trabajo de devolver la pulsación vital al cuerpo. Dentro de ellas, la expresión corporal es tremendamente importante. Este trabajo siempre tiene en cuenta el movimiento orgánico, llamado también biofuncional desde el prisma reichiano. Nos acercamos a los cuerpos de una forma sensitiva. En palabras de Joaquín Benito, de la asociación Alfa Institut: “El movimiento orgánico, es el movimiento natural, fluido, armónico, libre y equilibrado. El movimiento propio de un cuerpo sano, libre de tensiones, bloqueos e inhibiciones. La manifestación de un cuerpo sensible, flexible y expresivo”.


Y sobre el flamenco…

La fuerza del flamenco
Haciendo un repaso de diversas disciplinas, nos ha llamado poderosamente la atención la fuerza del flamenco para movilizar y desbloquear.
El flamenco transmite alegría, ganas de vivir, pero también saca la rabia, saca el quejío, el llanto, la desesperación más absoluta. Todas las emociones tienen cabida en el flamenco, que ayuda a canalizarlas, les da forma, las ennoblece y las respeta. A todas, todas las emociones, lo queremos destacar. Nos permite conectar con la completitud del ser humano, con sus luces y sus sombras.
Bailando, tocando, cantando, entra todo el  ser, estremeciéndose. La voz sale profunda, la mirada se puede clavar, se hincha el pecho, pisan fuerte las piernas en un taconeado contundente. Y de la rotundidad podemos pasar al sinuoso movimiento de manos, que parecen flotar, la cadera que se contonea, el paso que se enlentece…
El flamenco ofrece la oportunidad de sentir la respetuosa mirada del otro. Nada como el flamenco para entrar en el “Yo soy”. El flamenco favorece este “mírame, estoy aquí, admírame”. La identidad se refuerza con el aplauso, el jaleo, la mirada cómplice, el sentido de pertenencia. Todos en el corro tienen su lugar, su espacio y su tiempo. Todos “forman parte de”.


“Hemos mamado el flamenco, nos hemos impregnado de su fuerza desde nuestra más tierna infancia, ¡desde la cuna!. Nos ha ayudado tanto, nos ha aportado tanto en los vaivenes de la vida, que ahora nos apetece, nos sentimos en la obligación, de transmitir esa intensa experiencia”.
Así es que ofrecemos este curso completo, o una muestra del mismo (ver ambos en www.facebook.com/flamencura.flamencoterapia). Un tránsito por los segmentos corporales de la mano del flamenco para el desbloqueo de los mismos y abrir la percepción. Que fluya el río de nuestra energía.
“Vemos cómo en sus sillas, aplauden, gritan, lloran o explotan de alegría. Vamos a enfocarnos en ellos, vamos a darles protagonismo”
“He visto cómo necesitan mover los brazos, apretar firmemente los puños, llorar, desgarrarse. Démosles la oportunidad”


Así surgió esta propuesta. Centrándonos en las personas. Lo dirigimos a todos aquellos que quieran conectar con su capacidad de expresión corporal a través de la voz y los ritmos flamencos, sintiendo las emociones. Para desbloquear tensiones y acercarnos al goce de vivir. No es necesario tener nociones de canto ni de música.

No vais a ser meros observadores que se limitan a aplaudir, no vais a ser alumnos concentrados simplemente en reproducir letras o ritmos. Os vamos a dar la oportunidad de entrar en vosotros, en ver qué resuena en vosotros a partir de las canciones, de la percusión, de los ritmos. Dejaros sorprender por el cuerpo, su movimiento, dejar salir de dentro a fuera a partir del despertar que os vamos a facilitar. Vosotros sois los protagonistas,
Vais a crear, vais a ser”.

“Abrid los ojos, experimentad con las miradas, las que se clavan, las esquivas, las que se niegan, las que imploran…”

“Vamos a despertar los cuerpos, a dar la oportunidad de adueñarnos de partes dormidas, silenciadas… Vamos a habitar nuestro cuerpo para poder decir bien fuerte YO SOY”
“vamos a dar fuerza a nuestras manos, a dejar salir la voz”
“vamos a permitirnos llorar y daremos libre salida al quejío”
“Vamos a vernos y ver al grupo, entraremos en ritmos conjuntos, aprenderemos a armonizar desde el contacto sensitivo, crearemos un todo y gozaremos por ser parte de ello”





martes, 28 de junio de 2016

shhhhh... Apología del silencio

Entro en él, movida por las circunstancias, a regañadientes, distraída aún por murmullos y conversaciones. Entro, sin yo querer. Y aún entrando, mirando para atrás por no alejarme de pitidos, motores, risas y llantos, charlas sobre uno y otro tema, martilleos, tecleos, caminares, aspamientos. Giro la mirada y entro. Ya estoy. Aún tengo en la cabeza el poso, como un eco. Me sacudo. No lo quiero, me he dado cuenta de que me molesta. He entrado y de vez en cuando miro atrás de nuevo, como buscando un amparo, un agarre, un puntal, una mano que me estire, o me retenga, un requerimiento al que responder. No los hay. Desisto y entro. Yo no quería, pero aquí estoy.
Se acallan sonido y movimiento. Atrás quedaron las voces. No hay nadie más, sólo yo. Estoy quieta, tengo miedo. Sola quedo, sola me siento. Nadie más, nada más.
Y me llega el latido rítmico del corazón, la sangre bombeada que recorre mi cuerpo con sus ríos serpenteantes. Noto el calor que produce. Me hormiguean las manos. Una, dos respiraciones, tres, reparando en ello, tomando conciencia del pulsar, entrando en mi. Soy yo. Duele la zona entre las costillas, ¡duele!. Pero nada puede distraerme de ese dolor y en él me quedo. Es como una bola, un nudo ahí, bajo el pecho. Se me ocurre verlo de color gris. Y pongo la mano encima. Es mío, mi nudo gris entre las costillas. Ese nudo viejo conocido al que apenas he permitido asomar en mi vida. Ahí está, impidiendo algo, bloqueando una libre pulsación. Pero es lo que hay. Sí, en mi centro, ese núcleo del que tanto se ha hablado y teorizado. ¡No!. No quiero teorías, quiero sentirlo tal cual es, tal cual se manifieste en mí, con sus matices y sus particularidades. Me apetece que me llegue en toda su crudeza, quiero conocerlo. ¡No! ¡Tengo miedo!. ¿qué es ese miedo?. Tiemblo un poco, aunque me alivia sentir el bombeo continuo del corazón, reparo en ello. Bum, bum, bum, el ritmo que no cesa. Veo que tomo aire, y me lleno, y me vacío. Soy yo, estoy viva. Y esa es la vida que vive en mí. Soy mis manos vibrantes, mis pies calientes, soy también mi respiración entrecortada y... ese nudo.

Ya llevo un rato, instalada en él, en el silencio. Y ahí la acción vibrando, la vida latiendo. Shhhhh, silencio. Que es pausa, que es contacto, que es necesidad. ¡Silencio!, que me quiero seguir escuchando de verdad, que quiero sentirme, que me estoy haciendo conmigo.

Entré en el silencio movida por las circunstancias. Lo agradezco.







domingo, 24 de abril de 2016

del camaleón al jilguero

Estaba paseando en muy buena compañía. La mañana invitaba al paso tranquilo y al disfrute, a parar a oler, a mirar al cielo despejado y sentarse a escuchar los cantos alegres de los pájaros. La mañana llevaba al abandono, a la contemplación y al perezoseo. Notaba hundirse un poquito, bajo mis pies, la tierra húmeda de lluvias recientes, sentía el frescor en la cara, el despeje del agua caída... Bienestar... bendito bienestar...
En un momento, ahí, cerquita mío, se plantó, casi descarado. ¡Míralo!, un... ¿cómo se llama?, ¿cómo era?, sí, mi abuelo lo llamaba "colorín"... Un... ¡Eso!, ¡un jilguero!. Agarrado a la rama, liviano y juguetón, se permitió rápidos movimientos, casi exhibicionistas. Parecía que quería que lo viera bien. Hacía mucho que no veía uno de estos pájaros. Los recuerdo bastante de niña, cuando mi abuelo los tenía en jaulas, cosa que no me gustaba nada... Ahí, delante de mis narices, a escasos metros, uno de esos. Lo observo sorprendida y cauta me acerco un poco más. No parece temerme, más al contrario, quiere regalárseme. Se sacude juguetón y me ofrece sus colores, ese poco de amarillo, ese tanto de negro, la manchita colorada... "Colorín te llaman también". Sencillo, pequeñito, suelto y presumido, disfrutando de ser... Colorín que me saluda y me trae otros olores, otras tierras, otros acentos... Y, por supuesto, otra sorprendente, gratificante y vibrante forma de estar en el mundo. Sé de su canto también, potente y expansivo.
Soy Encarna Leiva Prados, hija de Paco y de Pepita, y nieta de Manuela, José, Encarnación y Frasquito José. Soy psicóloga terapeuta de orientación reichiana. Soy hija de una peluquera y un trabajador en la cadena de montaje de s.e.a.t.  ¿A santo de qué viene ésto?. ¡A santo de mostrarse!. Me ha apetecido hacerlo. Eso es.
He hablado mil veces de la disociación y de los hiperadaptados. He hablado de cómo utilizamos determinados mecanismos de defensa para sobrevivir, y entre ellos, he destacado en muchas ocasiones la capacidad disociativa de los seres humanos. Cómo encapsulamos sentimientos, cómo arrinconamos emociones, como vivimos vidas en compartimentos sin integrar, ¡cómo nos escondemos!. He hablado mucho de camaleones, bello animal, tan diferente al jilguero... Camaleón, que toma el color del ambiente, siempre alerta, que cambia constantemente, que esconde su belleza en pos de la superviviencia. Camaleón que es y deja de ser, que se encoje, se congela, se tiñe, se transforma... y no se ve. Como nosotros en tantas ocasiones. Claro, para que no nos hagan daño, no nos hieran, no vayan a por nosotros... Normal... Pero ¿saludable?
Llega un punto en que uno puede llegarse a dar cuenta de que se paga un peaje demasiado caro, que el gasto de energía empieza a ser alarmante y que la vida no fluye como debiera. Llega un momento en que, si tomamos contacto con nosotros mismos, sentimos que a lo mejor nos hemos pasado un poco, y que queremos que nos vean, queremos compartir, mostrarnos y disfrutar con la gente.
El colorín se me regaló. No era vanidad, era alegría de vivir. Luego emprendió el vuelo, travieso, despreocupado... Y me dejó agradecida, sintiendo formas de vivir que también son posibles... 'Vibrante forma de estar en el mundo!






domingo, 17 de abril de 2016

y un, dos, tres, cuatro... (el ritmo)

Como me han dicho hace poco, dile al cienpiés que nos explique cómo se las apaña para caminar. En lo que se pare a analizar, seguro, se liará con sus tantísimas patas.
Estoy llevando el ritmo con las manos y los pies en un curso de flamenco. Al lado, una chica está mirándome y tratando de copiar. Al final me pregunta: ¿cómo se hace, tres palmadas y una con los pies?. Me quedo parada, me he puesto a pensar y ya he perdido el compás. Salgo del paso y le contesto "no lo sé"... No sé, francamente, cómo lo hago. Me mira con cierta frustración. Me había dejado llevar, simplemente eso, había observado un rato y después, como en volandas, había entrado en ese ritmo común creado en el grupo. Ahí estaba el cantaor, totalmente entregado en sus coplas, mostrando diferencias entre soleá. soleá por bulerías, y bulerías. Su enseñanza, con la práctica, su ejemplo dejándose invadir por el sentir. Ahí estaban los alumnos, algunos tratando de seguir con el alma, otros, con la cabeza.
Y me viene reflexionar sobre el ritmo, sobre todos los ritmos, desde los primeros... Desde la pulsación de dos células que se hicieron una, "pum, pum, pum, pum", tensión, carga, descarga, relajación...el latir de la vida, que se traslada al bombeo continuo del corazón... "un, dos, tres, cuatro...", expansión, contracción, movimiento que se acentúa, que marca la armonía de los seres animados. Seres, pequeños seres fuimos, en crecimiento, llevados por los ritmos. No había linealidad en nuestro desarrollo, había un pulsar. Y fue muchísimo antes de que el córtex se desarrollara.
Imagino a las células, aumentando de tamaño, especializándose, adquiriendo formas variadas dependiendo de su función, con el "pum, pum, pum, pum" de fondo, sintiendo de alguna manera esa música que las lleva a multiplicarse. Y más tarde, ya conformados en pequeños seres, con nuestra forma humana, con las extremidades, la cabeza, el tronco... empezamos a oír, en el vientre materno, el latido del corazón del ser que nos alberga. El oído, el primer sentido que se desarrolla, dicen, va incorporando su primera música, el latir sin cesar, reconfortante, reasegurador. Y vienen otros ritmos, otros movimientos que se superponen, mezclándose, creando un todo colorista, aparentemente caótico tal vez, pero con una gran coherencia que da bienestar, que produce confianza básica. Ritmos... "un, dos tres, cuatro...", que crecen en complejidad y se aceleran o frenan, suben y bajan, van... y vienen... Ahí nosotros, seres humanos, formándonos a partir de ello, teniéndolos como fondo, sosteniéndonos en ellos, meciéndonos, para... vivir.
Y ese ser, sintiente, que no pensante, se abandona al vaivén... Y así debería también ser el nacimiento, ese abandono a ritmos de contracciones que llevan al desplazamiento por el canal del parto. Y un, dos tres, cuatro, tensión, carga, descarga, relajación... Ritmos, ritmos, que se sienten desde dentro, que nos empujan a salir, una y mil veces. Del vientre materno, del cobijo de nuestros padres al inicio de la socialización, de casa, en la adolescencia y edad adulta...
Ritmos comunes... en las relaciones, en los bailes de la vida, entradas en oleajes energéticos que nos llevan a actuar armónicos, creando un todo entre muchas individualidades... Ritmos en el encuentro sexual, cuando dos cuerpos se funden en el abrazo genital...
Y ritmos... que se entorpecen, también, cuando entra a destajo lo que no toca, cuando se desajusta el tempo necesario y se violenta el proceso. y se entorpecen, y mucho, cuando desde el córtex, la última capa de cerebro, la que se formó más tarde y se encarga del razonamiento, quiere tomar el mando absoluto anulando todo el trasfondo preverbal. 
Para, para, le hubiera dicho a aquella chica, escúchate a ti, entra en ti y no mires para fuera. Apaga el razonamiento, fluye, déjate llevar sin miedo... El ritmo, ese ritmo interno, esa fuerza de la vida, aparecerá. Usa el alma, no la cabeza...






(desde aquí, gracias, Jesús, y gracias Andrés, por tu taller "Jaleando")